Previsión El tiempo en Sevilla para este Viernes Santo

CUANDO el hambre entra por la puerta el amor sale por la ventana, reza un viejo dicho, queriendo subrayar el modo en que las necesidades materiales no cubiertas deterioran las relaciones de pareja, hasta el punto de provocar rupturas irremediables. Un refrán castellano dice lo mismo, pero en plan sentencioso: donde no hay harina todo es mohína.

Como en las sociedades avanzadas la ruptura está regulada por la ley en términos civilizados, sería esperable que la crisis económica que parecía resfriado y era pulmonía doble, o algo más grave, tuviera como consecuencia un aumento de las separaciones y divorcios. El amor se acabaría, pero no de tanto usarlo, sino de usarlo poco por la desgana, la abulia y la depresión que viajan con la pobreza.

Pero no hay nada de eso. Al contrario: los divorcios cayeron levemente entre 2006 y 2007, y mucho más en 2008: un 12% menos (pasaron de 125.000 a 110.000). La explicación es que la crisis se propaga en muchas direcciones. Por un lado, desde luego, siembra la discordia entre los amantes, pero, por otro, actúa como freno a los deseos de romper. Divorciarse significa dividir lo que se tiene, aunque sólo sea una hipoteca, y montar dos casas, entre otros gastos. Ese desafío, en circunstancias normales, cuesta afrontarlo: en circunstancias excepcionales, como un empleo precario -ahora casi todos lo son- o una recesión que afecta a casi todos los sectores, obliga a pensárselo mejor. Muchos se lo piensan, de hecho, y optan por aguantarse. Se quedan viviendo bajo el mismo techo, aunque en camas separadas y en convivencia difícil, o uno de los miembros, generalmente el hombre, se va a vivir con sus padres. Un divorcio de hecho, ya que de derecho no se puede.

Pero la realidad se complace en contradecirse a sí misma. También puede estar ocurriendo que haya menos divorcios, efectivamente, pero porque se celebran igualmente menos bodas. Ocho mil menos que en 2007 (más 3.500 matrimonios entre personas del mismo sexo, que antes no se contabilizaban porque no podían casarse). A menos bodas, menos divorcios, claro está. Además, crece el número de parejas que comparten sus vidas sin pasar por vicaría, ayuntamiento ni juzgado. Cuando les atrapa el desamor, porque no son inmunes por el simple hecho de no tener papeles, se dicen adiós pero sin engrosar las estadísticas de divorcios. No constaba su emparejamiento, no consta su separación.

Probablemente todo es verdad y mentira a la vez, aumentan los divorcios por la crisis, pero la crisis frena otros divorcios; la necesidad hace soportables a los que no se soportan, pero pone desavenencia donde había armonía. La vida es más compleja que los papeles. Incluso más que las estadísticas.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios