Bienal de Flamenco

La noche, el arrabal, la pena

Arrabales. Dirección artística, coreografía y baile: Javier Barón. Cante: Esperanza Fernández. Guitarra, composición y arreglos: Salvador Gutiérerez. Percusión: José Carrasco. Palmas y baile: Bobote. Corneta: Joaquín Eligio Brun 'Kini Triana' Dirección artística: Javier Barón, David Montero. Iluminación: Ada Bonadei. Diseño de arte y espacio escénico: Antonio Estrada. Guión musical y dirección escénica: David Montero. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles, 26 de septiembre. Aforo: Lleno.

El encuentro entre estos dos gigantes de la escena flamenca actual no respondió a las expectativas que, legítimamente, dados los precedentes de ambos intérpretes, nos habíamos creado al respecto. La obra no comunica la idea o ideas, la emoción o emociones que sus creadores tuvieron en mente al concebirla. Por supuesto que el baile de Javier Barón fue magnífico, como siempre, yendo de menos a más, como siempre, ganando minutos sobre la escena. Pero no podemos recibir la obra como un recital de baile de Javier Barón. Porque no lo es.

Tampoco fue la mejor noche de la habitualmente excelente cantaora Esperanza Fernández. Quizá por tener que ajustarse a un guión musical que le resultaba ajeno. Y que tampoco fue muy elocuente, como decía arriba, respecto a lo que pretendía comunicar. Una zambra, la copla Tatuaje, popularizada en su día por Concha Piquer, la Canción del fuego fatuo de Falla. Tan sólo en su terreno se sintió cómoda la sevillana, es decir, en la malagueña y, sobre todo, en las soleares de Triana donde logró su excelente nivel habitual.

Se echaron mano, por tanto, de todo tipo de recursos para tratar de comunicarnos lo que no llegamos a recibir. Unos más manidos, como la copla o el clásico español: los dos intérpretes principales han interpretado El amor brujo en más de una ocasión. Otros más novedosos, como la introducción de una corneta para bailar una marcha o como sustituto de la voz en los tientos-tangos, como un Fernando Vílchez o Negro Aquilino de 2012 cualesquiera, es decir, siguiendo en toda su extensión las melodías tradicionales de la voz. Un recurso interesante y novedoso pero que, al no responder a un contexto suficientemente justificado, puede resultar fatuo, fuego de artificio. Tampoco llegué a comprender el significado de la muleta en el baile por zapateado de Barón. En algunas transiciones el Bobote bailó la música de Falla. Y hubo una fiesta estupenda, con tres magníficas patás a cargo del Bobote, Fernández y Barón. Incluso hubo dos números instrumentales, José Carrasco a la percusión y Salvador Gutiérrez a la guitarra, más preocupado este último, con razón, de afinar que de expresarse. También hubo en el escenario unos farolillos y un espejo ante el cual se paraba todo el mundo que pasaba para atusarse el cabello. En cuanto a Barón, en el zapateado se mostró jovial y costumbrista, dominando todo el espacio escénico. Y magnífico, como decía, en la soleá y las alegrías, con ese centrado tan maravilloso que le permite a su baile gozar de la elocuencia que le faltó a la propuesta en su conjunto.

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