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Bienal de Flamenco

La noche de los tres virtuosos

  • Serranito es el Yes, el Pink Floyd y el Santana del flamenco. Antes de él, nadie se había atrevido en este arte a ofrecer esas largas series de interminables variaciones, sobre una sucesión de cambios rítmicos y armónicos.

Así, el tema que da título al recital, y que abría la noche: su duración exacta fue de 28 minutos en que se alternaron ritmos, melodías y armonías de petenera, tangos, seguiriyas y bulerías. Es lo que en los setenta hacían los grupos llamados progresivos: una serie de variaciones melódicas que van de un virtuoso a otro. En este caso de la guitarra de Serranito al piano de Moisés Sánchez, y de éste a las flautas tradicionales mediterráneas de Javier Paxariño. De unión de culturas (supongo que musicales) de árabes, hebreos y cristianos, nada de nada. Era el motivo de este concierto, según se anunciaba en el programa de mano: evocar esa época bucólica e irreal donde supuestamente convivían en buena armonía judíos, musulmanes y cristianos. En realidad el concierto no aportó demasiado material nuevo, ya que la propuesta une músicas de los dos espectáculos anteriores del guitarrista madrileño, Ecos del Guadalquivir y Sueños de ida y vuelta, especialmente del primero. Paxariño aportó, al margen de sus variaciones instrumentales y la variedad organológica, un tema propio que ejecutó a dúo con Moisés Sánchez. Desde luego que la música del flautista granadino supuso un soplo de aire fresco a la noche. Una noche que se pareció mucho a la última comparecencia que ofreció Serranito en nuestra ciudad, en concreto en el Teatro Central del ciclo Flamenco Viene del Sur hace dos temporadas. El elenco es el mismo que entonces, de no ser por el cante. Eva Durán aportó su jondo quejío y su gusto cantando. La sorpresa corrió de la voz de la joven cantaora granadina Gema Caballero, íntima, esencial, que acompañó en solitario al maestro Serranito en la granaína.

De los tres grandes virtuosos de la noche, siento decir que fue Serranito el que más en entredicho quedó. Sánchez es un profesional que supo traerse a su terreno de jazz modal las composiciones ajenas. Víctor Monge, por su parte, no es el virtuoso que fue. Llega un momento en que el galán tiene que asumir roles de padre y de abuelo. Y no pasa nada. Por eso sería preferible para nuestro gran guitarrista que adaptara su repertorio a sus condiciones físicas actuales. Su obra está ahí, y ya la empiezan a interpretar los jóvenes: Javier Conde abrió su recital de hace unos días en el Teatro Alameda con un toque por alegrías del maestro. Que Serranito intente tocar las granaínas, la soleá o el zapateado (personalmente, el momento en que peor lo pasé) de hace unos años, no tiene para mí sentido. Porque su obra pretérita está ahí. Y, si hoy no tiene las facultades físicas de entonces, tiene la solera. Que es lo que más importa. Pero ésta sólo puede empezar a dar sus frutos en el momento en que el maestro asuma que ya no es necesario correr por el mástil. Que es la hora de la serenidad, del reposo, de dar a cada nota su sitio. Comprendo que para un virtuoso de la talla de Serranito es un cambio nada fácil. Pero ha llegado el momento de dar ese paso.

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