Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald | Crítica

Rowling en la exprimidora

Eddie Redmayne, en una escena de la película.

Eddie Redmayne, en una escena de la película.

J. K. Rowling se exprime a sí misma sacando de donde queda poco o casi no hay. El guión de esta nueva entrega de las secuelas de Harry Potter está escrito por ella y dirigido por el experto en la materia David Yates, que en los últimos 11 años ha centrado su carrera en el universo Rowling –Harry Potter y la orden del Fénix, Harry Potter y el misterio del príncipe, Harry Potter y las reliquias de la muerte partes I y II, Animales fantásticos y dónde encontrarlos y ahora Animales fantásticos: los crímenes de Grindewald–; y la única vez que ha cambiado de registro fue para filmar el churro La leyenda de Tarzán.

El resultado de los esfuerzos conjuntos de la creadora de este universo y de su director más fiel queda por debajo de lo que podría esperarse de su conocimiento y dedicación. Tampoco es una sorpresa. En lo que a Rowling se refiere, hay que reconocer que, pese a la correcta factura de sus novelas y el mérito de poner a millones de adolescentes a leer, está a años luz de los Tolkien o C. S. Lewis de El señor de los anillos y Narnia. Y Yates es un artesano más bien limitado que descarrila cuando intenta adentrarse por otros territorios e incluso se agota tras tan larga travesía por este. Queda esta película por debajo de su predecesora de 2016.

Los efectos digitales son, en los dos sentidos de la palabra, fantásticos. La creatividad en recreación de espacios urbanos y criaturas fantásticas es estupenda. Incluso asombrosa. No en vano tras el diseño de producción está el veterano maestro Stuart Craig, responsable de las recreaciones de época de El hombre elefante, La misión, Gandhi, Las amistades peligrosas, El jardín secreto o Mary Reilly –injustamente olvidada variación sobre Jeckyll y Hyde con una original recreación del Londres victoriano– además de toda la saga Potter y estas dos secuelas.

Y se suma un reparto brillante con grandes nombres (aunque no tan grandes actuaciones). Pero bajo tan brillantes ornamentos hay poca historia, poca imaginación argumental, pocas emociones. Queda así un atractivo y brillante envoltorio casi vacío de contenido. Algo característico del cine fantástico actual, excesivamente confiado en la magia y el poder de los perfectos efectos.

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