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Crítica 'Transformers 3'

Bay en su elemento

Transformers 3. Acción-ciencia ficción, EEUU, 2011, 157 min. Dirección: Michael Bay. Guión: Alex Kurtzman, Ehren Kruger, Roberto Orci. Fotografía: Ben Seresin. Música: Steve Jablonsky. Intérpretes: Megan Fox, Shia LaBeouf, Rainn Wilson, Hugo Weaving, Josh Duhamel, John Turturro.

Salido de la factoría de Jerry Bruckheimer, productor clave en los desarrollos del moderno cine de acción desde Top Gun hasta la última entrega de Piratas del Caribe, Michael Bay fue uno de los responsables de los éxitos del productor con La roca y Armageddon. Tan mal narrador de conflictos humanos (véanse las partes narrativas o dramáticas de todas sus películas) como hábil ingeniero de efectos especiales, Bay se encontró a sí mismo cuando Spielberg le confió la primera entrega de Transformers. Aceite en vez de sangre; acero en vez de carne; choques de máquinas en vez de conflictos; mecanismos en vez de psicología; máquinas en vez de seres humanos: Bay estaba en su elemento. El inmenso éxito de esa primera entrega le valió rodar las otras dos, de la que ahora nos llega la tercera.

Sería injusto pedirle a esta película-máquina otras cosas que las que promete: asombro técnico, espectáculo sin seso, ruido ensordecedor, imágenes poderosas que obligan a un tour de force agotador para no saturar al poco de iniciarse la proyección, sensaciones físicas propias del cine de atracciones y atontamiento abotargado tras dos horas largas de proyección. Nadie se sube a una atracción brutal de un parque temático para pensar, sino para aullar mientras lo ponen bocabajo, lo sacuden o lo tiran desde una altura terrorífica. Tampoco nadie va a ver esta película para ver cine, sino para sentir efectos visuales y sonoros. Y esto lo hace la tercera entrega de Transformers a la perfección. De milagro no dan bolsas para el vómito en la entrada. Esta turbulencia audiovisual ofrece lo que promete sin engañar a nadie. Y tiene el mérito de hacernos viajar en el tiempo hasta los inicios del cinematógrafo, cuando un público poco ilustrado iba a los barracones de feria para asombrarse viendo películas de Méliès. Por eso se permite un leve apunte argumental sólo en su inicio, como si se tratara del motor de arranque, y una vez que la cosa rueda lo deja todo en manos de las máquinas. Los secundarios de (dudoso) prestigio -Malkovich, Turturro, McDormand- son un adorno innecesario.

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