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Cine

Bienvenido, camarada Ceaucescu

Historias de la edad de oro. Comedia negra, Rumania, 2009, 135 min. Dirección: Mungiu, Höfer, Marculescu, Popescu, Uricaru. Guión: C. Mungiu y H. Höfer. Fotografía: L. Marghidan, O. Mutu, A. Sterian. Música: H. Höfer y L. Jimi. Intérpretes: Vlad Ivanov, Ion Sapdaru, Teodor Corban, Alex Potocean, Liliana Mocanu, Tania Popa, Diana Cavaliotti, Radu Iacoban.

Director de 4 meses, 3 semanas y 2 días, puntal más visible y premiado de ese nuevo cine rumano que ha hecho fortuna (tal vez demasiada) en los principales festivales internacionales de unos años a esta parte, Cristian Mungiu se dispone a explotar un poco más la corriente favorable y el ánimo exportador del Centro Nacional de la Cinematografía con esta película de episodios que cambia los excesos dramáticos de aquella cinta por un tono eminentemente cómico (de humor negro, se entiende), para volver a retratar el paisaje y el paisanaje de la clase trabajadora rumana bajo los efectos del régimen comunista de Ceaucescu en sus últimos años (80).

Mungiu escribe junto a Hano Höfer el guión de seis historias desiguales que oscilan entre el amable pintoresquismo rural y la sátira burocrática, seis mediometrajes dirigidos por los propios Mungiu y Höfer y por otros jóvenes cineastas locales -Marculescu, Popescu y Uricaru- que se pliegan a un mismo tono y a unas mismas formas realistas dentro de una cierta coherencia de conjunto en la que priman el naturalismo y la figura estilística del plano-secuencia.

Unas más logradas y consistentes que otras, que no dejan de ser chistes o anécdotas filmadas, estas "leyendas de tiempos de Ceaucescu" apuntan a la sátira (con cierto regusto amargo) de la inevitable burocratización del sistema (en el episodio del profesor del partido que llega a un remoto pueblo con la intención de alfabetizar a todos sus habitantes y en el de los fotógrafos de prensa que retocan las fotos del camarada dictador para que parezca más alto junto a Giscard D'Estaing) y a las habilidades de los ciudadanos de a pie para apañárselas de cualquier forma ante la precariedad y las dificultades, robando cascos vacíos de botellas o huevos de gallina para luego venderlos o, tal como nos cuenta el episodio más inopinadamente berlanguiano, matando un cerdo en la propia cocina con el gas de una bombona de butano con los consiguientes riesgos.

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