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Cecilia Roth | Actriz

“Desde que en lugar de filmar se graba, el cine es algo muy distinto”

  • La argentina recibirá el Premio Retrospectiva ‘Málaga Hoy’ en la próxima edición del Festival de Cine, la misma semana en la que estrena ‘Dolor y gloria’, su nuevo filme junto a Pedro Almodóvar

Cecilia Roth (Buenos Aires, 1956), ganadora del Premio Retrospectiva 'Málaga Hoy'.

Cecilia Roth (Buenos Aires, 1956), ganadora del Premio Retrospectiva 'Málaga Hoy'. / M. H.

Emblema del cine y el teatro tanto en Argentina como en España, la actriz Cecilia Roth (Buenos Aires, 1956) atesora una trayectoria llena de éxitos y reconocimientos que la han convertido en todo un poso de garantía para cualquier proyecto en el que se implique. De su talento dan cuenta sus dos Premios Goya a la mejor actriz por su trabajo en dos películas tan representativas de su tiempo como Martín (Hache) (1998) de Adolfo Aristarain y Todo sobre mi madre (2000) de Pedro Almodóvar, además de otros muchos reconocimientos. Precisamente, en España ha sido su trabajo con el director manchego desde Laberinto de pasiones (1982) su mejor carta de presentación, en una alianza ahora recuperada gracias a la participación de Roth en la nueva cinta de Almodóvar, Dolor y gloria, que se estrena el próximo 22 de marzo y que protagoniza Antonio Banderas. Y justo esa semana, dentro de la 22 edición del Festival de Málaga de Cine en Español (que se celebrará del 16 al 24 de marzo), Cecilia Roth recibirá en el Teatro Cervantes el Premio Retrospectiva Málaga Hoy, con el que el certamen reconoce su influyente y ejemplar filmografía. A modo de anticipo, la actriz atiende a este periódico desde Buenos Aires.

–El Premio Retrospectiva Málaga Hoy incluye la proyección de una selección de sus películas durante el Festival de Cine. ¿Le gustaría proponer algún título?

–Sí, seguro, y más aún en España, donde algunas películas de las que me siento particularmente orgullosa han tenido un recorrido muy corto o directamente no se han visto. Allí me conocen por películas como Un lugar en el mundo y Todo sobre mi madre, que son maravillosas, desde luego; pero me haría mucha ilusión que se rescataran otras como Sofacama, que dirigió Ulises Rossell en 2006, y Matrimonio, que hice con Darío Grandinetti en 2013 y que me gusta especialmente. También me satisface haber trabajado en El ángel, que sí se estrenó el año pasado en España, aunque no me importaría recuperarla. Es curioso, pero en Argentina esa película despertaba entre el público reacciones muy fuertes, la gente salía muy tocada del cine, sobre todo gracias a la habilidad de su director, Luis Ortega, a la hora de promover la identificación con un asesino en serie, un personaje que nunca es lo que parece. También me gustan mucho Otros días vendrán, La hija del caníbal... He tenido la suerte de hacer muchas películas y varias son desde luego rescatables.

–¿No es precisamente una paradoja que se estrene tan poco cine argentino en España y viceversa?

–Sí, es una paradoja, y bien dolorosa, porque hablamos de dos países que comparten tanto el idioma como algunas identidades culturales muy poderosas. El problema es que las principales culpables de ese desconocimiento mutuo son las grandes distribuidoras norteamericanas, que han ganado terreno de manera increíble y no han dejado espacio libre a otras cinematografías. Por eso son tan importantes los festivales, sobre todo los más pequeños, los que de alguna forma quedan al margen de la gran industria; son estos encuentros los que a día de hoy abren la puerta a una alternativa fuera de un mercado tan voraz.

–¿Se dan en Argentina las mismas carencias de distribución respecto al cine español?

–Sí, sucede lo mismo: las películas que cuentan con el respaldo de una gran distribución internacional sí llegan a las salas, pero fuera de eso hay mucho cine español de mucha calidad que directamente no se ve en Argentina.

–Quizá un valor cinematográfico que comparten España y Argentina sea la aparición en los últimos años de talentos de enorme proyección internacional, lo que tal vez abunda en la paradoja.

La actriz, en una imagen promocional. La actriz, en una imagen promocional.

La actriz, en una imagen promocional. / M. H.

–Así es. Pero creo que esa proyección es consecuencia tanto del talento como de una ambición especial a la hora de que estos jóvenes cineastas cuenten sus historias. Por lo general el cine se ha hecho más abierto, menos localizado, menos dependiente de coyunturas concretas; ahora no importa que los personajes hablen un determinado acento, ni se dan tantas explicaciones de sus orígenes. Al espectador ya no le extraña tanto, como podía extrañarle hace unos años, que dos personajes hablen con acentos distintos. Esto sucede ya con normalidad incluso aunque no hablemos de coproducciones, pero justo esto es lo que más echamos en falta, una mayor labor de producción compartida entre España, Argentina y otros países de América Latina. En el mundo anglosajón las coproducciones entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, por ejemplo, son comunes. Necesitaríamos aplicar el mismo modelo en lengua española.

–Ha citado algunas de sus películas más queridas, pero ¿hay alguna que preferiría no haber hecho?

–Sí, una en concreto.

–¿Me dice cuál?

–Prefiero no revelar el título. Lo que sí puedo contarte es que el día del estreno sufrí muchísimo. Era una película decididamente pésima. Al principio, cuando empecé a verla, pensaba que tal vez con algo más de producción podría haberse salvado. Que era una cuestión de dinero. Pero no, conforme avanzaba comprendí que con más dinero el resultado habría sido todavía peor. No había forma de reparar aquello. Me fui encogiendo poco a poco y al final terminé casi debajo de la butaca.

–De cualquier forma, ¿qué es lo que más disfruta de un rodaje?

–Sobre todo, el entendimiento con la gente. El momento en que, durante un ensayo, o ya en pleno rodaje, comprendes que estás haciendo exactamente lo que el director quería, que hay una sintonía artística y que compartimos esa conexión especial, es verdaderamente mágico. Me gustan especialmente los directores que hacen películas como si fuesen directores de orquesta: van dando pistas de lo que quieren poco a poco, probando aquí y allá, hasta que se da esa sintonía plena con los intérpretes. Después, claro, me encanta aportar a los personajes cosas de mi propia cosecha, aunque sea de manera inconsciente. Pero es muy hermoso sentir que contribuyes así a una creación artística.

Martín (Hache) dejó una influencia casi generacional en España. ¿Cómo recuerda el rodaje, veintidós años después?

–Con esa película todo pareció un regalo desde el principio. El guion era maravilloso, y la posibilidad de volver a trabajar con Adolfo Aristarain fue muy importante para mí en aquel tiempo. Recuerdo que durante el rodaje, en Mojácar, donde vivíamos aislados y no conocíamos a nadie, esa sensación de soledad contribuyó mucho a reforzar nuestros lazos de equipo, a que nos apoyáramos mucho unos en otros. Desde esa unión, los personajes de Martín (Hache), escritos en el guion de esa manera tan tremenda, cobraban vida con mucha facilidad. Adolfo tiene una manera un tanto particular de rodar: deja el guion abierto el tiempo que sea preciso, pero una vez que lo da por cerrado se mantiene muy fiel a eso y apenas hay modificaciones en los rodajes. Y esto también contribuyó a que percibiéramos la grandeza de los personajes. Recuerdo todo lo que disfruté y aprendí con el rodaje de aquella escena tan larga, sentados a la mesa en la que comíamos todos. Después, la recepción en España, como cuentas, terminó de cerrar el círculo con la misma magia.

–Por cierto, Aristarain no ha vuelto a rodar desde Roma (2004) y parece que tiene dificultades económicas para levantar su próximo proyecto. Y en España hay directores también veteranos con problemas similares. ¿Qué se está haciendo mal?

–Adolfo está buscando la película que quiere hacer. A estas alturas ya no está dispuesto a rodar cualquier cosa, así que se ha vuelto muy selectivo. Tiene muy claro lo que desea rodar, el tipo de historia que quiere contar, y si no es bajo esa premisa no va a hacer otra cosa, al menos hasta lo que yo sé. Es verdad que se le han truncado algunos proyectos por falta de financiación, pero eso tiene que ver con un momento particularmente difícil que estamos viviendo en Argentina en relación a la creación, con un Gobierno al que no le interesa nada que tenga que ver con el arte. Más allá de Aristarain, hay muchos directores y guionistas sin trabajo y con muchos apuros. Los medianos y pequeños productores se han quedado fuera de juego. De ahí que sea tan importante que se fomenten las coproducciones.

"Lo que más disfruto de un rodaje es el momento en que sabes que estás haciendo lo que el director quiere"

–¿Cómo ha sido su reencuentro con Almodóvar en Dolor y gloria?

–Maravilloso. Participo en una escena cortita, pero he tenido la suerte de que en esa escena estuviese conmigo Antonio Banderas. En los ensayos lo veía buscando siempre, poniendo su intuición al máximo en cada mínimo detalle, preguntando y encontrando. Y con nosotros estaba Pedro, que nos dirigía con una sutileza increíble. Es tremendo cómo este hombre es capaz de sacar tanto de sus actores. Sé que ha habido ya en España algún pase previo de Dolor y gloria y que ha gustado mucho, lo que no me extraña en absoluto. Pedro ha abierto su corazón por completo en esta película, y a mí personalmente me ha llevado a hacerme preguntas sobre mi pasado, sobre cómo mi decisión de hacer cine cambió mi vida. Es uno de los mejores guiones que he leído. Va a ser un éxito, estoy segura.

–¿Conoce el proyecto del Teatro del Soho que va a abrir Antonio Banderas en Málaga?

–Sí. Y me parece una magnífica noticia. También dice mucho de Antonio, que conste, que se deje la piel en una iniciativa así.

–Respecto a Almodóvar, ¿qué ha tenido más con él desde Laberinto de pasiones, dolor o gloria?

–Gloria, sin duda. Aunque el dolor es inevitable en la vida, y eso incluye a las personas que se nos cruzan en el camino.

–¿Echa de menos tiempo para hacer más teatro?

–No creas, hago mucho teatro en Argentina. Estrené una obra el año pasado y este mismo año estreno otra. El problema es que el teatro te exige mucho, te deja poco espacio para hacer otras cosas. Al mismo tiempo, es el sitio donde los actores podemos sentirnos más libres: en el preciso instante en que sales ante el público, te adueñas del momento. Al mismo tiempo hay un abismo insondable, te preguntas sin remedio por qué diantre tienes que ponerte delante de tanta gente. Pero siempre tienes la oportunidad de tomar tus propias decisiones ante el texto y los personajes, aunque luego haya que negociar con los directores.

–Bueno, en España los directores rara vez hacen acto de presencia después de la segunda función.

–Supongo que en Argentina son bastante más perseverantes.

–El último trabajo suyo que hemos podido ver en España es la serie de Movistar El embarcadero. ¿Cómo lleva la diatriba entre las viejas salas de cine y la revolución en streaming?

–Desde que en lugar de filmar se graba, el cine se ha convertido en otra cosa muy distinta. Yo soy muy defensora de las salas de cine y siempre que puedo veo las películas allí, con toda la liturgia; pero, como decía Eva Perón, la realidad es la única verdad. Y la realidad es que cada vez más gente quiere ver películas y series en distintas pantallas. Lo primero que hay que hacer con esto es asumirlo, porque negarlo es absurdo. Y después adaptarse, no hay más remedio. De entrada, los nuevos sistemas se están traduciendo en más trabajo. Y eso nunca puede ser malo.

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