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LA GAVIOTA | Crítica

Correcta para iniciarse en Chéjov

Annette Bening, en una escena de esta nueva versión de 'La gaviota'.

Annette Bening, en una escena de esta nueva versión de 'La gaviota'.

Entre el cine y la televisión los cuentos y obras teatrales de Chéjov han sido adaptadas más de un centenar de veces, siendo las favoritas Tío Vania, Las tres hermanas y esta La gaviota que ahora nos llega en una versión muy bien interpretada pero que se toma demasiadas libertades en el manejo de los tiempos y se preocupa en exceso por marcar las diferencias entre el cine y el teatro abusando de cambio de escenarios, movimientos de cámara y primeros planos.

La mejor versión que he visto es la dirigida por Sidney Lumet en 1968, interpretada por James Mason, Simone Signoret, Vanessa Redgrave, David Warner, Harry Andrews y Denholm Elliott, y cuyo guión –una muy fiel adaptación, como la que también hizo de Las tres hermanas para Laurence Olivier– fue escrito por la novelesca baronesa Moura Budberg, escritora y amante de Gorki en Moscú y de H. G. Wells en Londres, además de agente doble al servicio de Inglaterra y la URSS.

A la adaptación que le tengo más cariño, porque gracias a ella descubrí a Chéjov, es a la que Estudio Uno de TVE emitió en 1967 con Irene Gutiérrez Caba, Julián Mateos, Julieta Serrano, Tomás Blanco y José María Prada con dirección de José Antonio Páramo.

Si esta película sirve para que alguien descubra a Chéjov, bien está. A quien lo conozca poco le aportará. Tampoco le irritará demasiado, pese a los excesos de cámara y de montaje para evitar el efecto teatral (cosa que a Lumet no le importó) y a las en mi opinión innecesarias libertades que el guionista Stephen Karam, un joven y prestigioso autor dramático, se toma con la obra.

Si al director Michael Mayer le gustan los textos de prestigio –basó Una casa en el fin del mundo en una obra del Pulitzer Michael Conningham, y Flika en una novela de Mary O'Hara, aunque nunca ha intentado volar tan alto como en esta ocasión– no debería temer tanto parecer teatral: denota inseguridad. Y además al huir del teatro (lo que era innecesario) cae en lo televisivo deluxe tipo serie de prestigio.

El resultado, pese a lo ya indicado, es correcto y está bien interpretado, incluso muy bien en los casos de Anette Benning y Brian Dennehy. Mayer tiene talento, aunque no demasiado. Pero le falta el genio necesario para acercarse a la honda y a la vez serena tristeza de esta obra magistral. Y sutileza.

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