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Crítica 'Blood Father'

Gibson cabalga de nuevo

blood father. Acción, thriller, Estados Unidos, 2016. 88 min. Director: Jean-François Richet. Intérpretes: Mel Gibson, Elisabeth Röhm, William H. Macy, Diego Luna, Thomas Mann, Erin Moriarty, Ryan Dorsey, Michael Parks, Dale Dickey.

Jean-François Richet es un buen ejemplo de lo que está agostando al cine europeo, que no es la competencia de Hollywood sino asumir los modos de su más superficial cine comercial. Algo así como El rinoceronte de Ionesco en versión de directores de cine, con muy pocos Berenguer que se nieguen a sumarse a la manada. Richet desde luego no lo es: empezó en 1995 con una dura película medio autobiográfica sobre las condiciones de vida en los suburbios parisinos (État des lieux) que le valió un premio Cesar a la mejor ópera prima. Continuó por esta senda con Ma 6-T va crack-er (1997) y De l'amour (2001). Pero en 2005 se fue a Hollywood para rodar un mediocre remake de Asalto al distrito 13. Como talento no le falta volvió a Francia y rodó un buen díptico negro sobre un gánster real (Mesrine: instinto de muerte y Mesrine: enemigo público nº 1). Pero después recayó con otro mal remake de una vieja película de Claude Berri, Una semana en Córcega, y con esta cosita del más convencional cine de acción que hoy comentamos.

La cansina historia ha sido mil veces contada. Un golpe con trampa convierte a una joven petarda (pero que en realidad es una pobrecita engañada, claro) en víctima de la sed de venganza de unos malos tan malos, tan malos, que parecen reclutados en la pandilla de El justiciero de la noche. La chica busca la ayuda de su padre, quien naturalmente nunca se ha ocupado de ella y es un desarraigado eremita con atormentado, delictivo y borrachucio pasado que ha huido de un mundo al que ha de volver para salvar a su díscolo retoño. ¿Cuántas veces nos han contado este regreso del duro forzado por un rescate? Este fin de semana veía con somnolencia una de ellas, un churro llamado Asesinos de élite, en la que ese no actor que es Jason Statham abandona su retiro para salvar a su amigo del alma De Niro. En fin…

Lo sorprendente es que este trillado guión está escrito por el novelista y guionista Peter Craig, basándose en una novela suya. Craig ha escrito un buen guión (The Town. Ciudad de ladrones) y los mamarrachescos pero eficaces de las dos partes de Los juegos del hambre: Sinsajo. En Blood Father demuestra una total falta de imaginación. Y lo peor es que la suple con un crescendo de disparates violentos que culminan a partir del episodio motero.

La película sale medio adelante por la poderosa interpretación de un atormentado Mel Gibson que renace de sus cenizas en plena forma e incluso beneficiado por el aire trágico y derrotado que le procuran las heridas del tiempo y de otras cosas. Tras diez años de eclipse en los que -salvo El castor- ha interpretado basurilla y no ha dirigido, ha vuelto tras las cámaras (el biopic bélico Hacksaw Ridge, aún no estrenado) y se ha colocado ante ellas con Blood Father interpretando un personaje potente (con posibilidades de lecturas redentoras sobre su propia carrera) aunque disparatado y preso de una película trivial solo medianamente entretenida. Siempre que a usted le entretenga la violencia extrema y sin sustancia narrada por una cámara con convulsiones y un montaje frenético. Sólo se salva, y nos salva, la mirada agotada y la voz rota de un Gibson que no renuncia a su gusto por sufrir y morir en pantalla, ya sea descuartizado, crucificado o dejado como un colador.

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