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Crítica de Cine

Navega, navega, maldito

Rachel Weisz en un fotograma de esta producción británica.

Rachel Weisz en un fotograma de esta producción británica. / d.s.

Para salvarse de la ruina el veterano de las Reales Fuerzas Armadas y navegante aficionado Donald Crowhurst lo apostó todo -sumando nuevas deudas a las que ya tenía- a una sola carta: ganar la Golden Globe Race, una regata de circunnavegación del mundo sin hacer paradas. Su desesperado viaje tuvo un final catastrófico. Esta aventura puede recordar a la novela de Horace McCoy ¿Acaso no rematan a los caballos? que Pollack llevó al cine y en España se tituló Danzad, danzad malditos. En ellas se trataba de los terribles maratones de baile a los que los desesperados se apuntaban durante la Gran Depresión del 29 bailando hasta agotarse. En esta película se trata de un navegante solitario igualmente desesperado, igualmente incapacitado para salir airoso del desafío e igualmente necesitado de ganarlo. La soledad del mar es preferible al sucio apelotonamiento en una pista de baile y en este caso no se trata de explotar la miseria, sino de una competición deportiva. Pero para Donald Crowhurst la agonía de enfrentarse a lo que no puede dominar y para salvar su negocio y su familia es parecida a la de las parejas de baile de McCoy y Pollack. Navega, navega maldito podría llamarse esta película.

El apreciable director de ficción -The King, Agente doble, La teoría del todo- y gran documentalista oscarizado -Man on Wire, Proyecto Nim- James Marsh ha dirigido esta historia real fundiendo sus dos registros. El resultado es más que apreciable por la fuerza documental de las imágenes de supervivencia, desesperación y lucha contra el mar, y por la intensidad dramática del drama vivido por los protagonistas -el navegante en su desesperada aventura y su esposa en su desesperante espera- espléndidamente interpretados por Colin Firth y Rachel Weisz. No es fácil igualar la fuerza de las imágenes del épico y trágico drama en alta mar con las de la doméstica pero no menos trágica espera de noticias presintiendo lo peor. Marsh lo logra gracias a su dirección pero sobre todo a la interpretación explosivamente contenida de Weisz. Logrando que lo padecido entre cuatro paredes supere en angustia a lo sufrido ante el terrible y grandioso espectáculo del mar embravecido. Y que la historia interior de heroísmo suicida, asombrosa irresponsabilidad y hundimiento en la mentira y la locura del navegante cobre más fuerza que su lucha contra los elementos. En este caso gracias a un gran Colin Firth. Poco afortunado, en cambio, es el retórico y melodramático título español que sustituye al original The Mercy.

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