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Una carta de amor a The Stooges

  • Llega a los cines 'Gimme Danger', el documental de Jim Jarmusch sobre la banda de Iggy Pop.

Jarmusch e Iggy Pop, en mayo en Cannes, donde presentaron 'Gimme Danger'.

Jarmusch e Iggy Pop, en mayo en Cannes, donde presentaron 'Gimme Danger'. / ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / afp

Discos y grupos de rock buenos y arrebatadores los hay a montones; que además hayan definido un antes y un después, un sonido y una tradición propia dentro del continuum del género, es decir, auténticamente revolucionarios, de esos existen menos, poquitos, los indispensables. Maestros del garage y del punk antes de que existiera el punk, The Stooges conceden audiencia desde ese trono desde 1969, se dice pronto, aunque su energía explosiva, feroz, inasequible a los melifluos procesos de la nostalgia, parezca abolir esa distancia temporal. Imposible convertir esa música en reliquia...

Inspirados por sus paisanos de MC5, Iggy Pop, los hermanos Ron y Scott Asheton y Dave Alexander irrumpieron desde Detroit a finales de la década hippie, con sus preciosos espejismos de utopías colectivas, paz, amor libre y aromas orientales, como el disparo que perturba el concierto de la orquesta sinfónica, en imagen de Flaubert. A contrapelo de los valores hegemónicos del momento, tanto musicales como discursivos y anímicos, The Stooges representaron una réplica salvaje, nihilista y beligerante a semejante orgía de buen rollito. Y en el fondo, no tardaría en saberse, eran ya un presagio de la colosal resaca que aguardaba a la vuelta de la esquina.

Guitarras crudas, abrasivas, con ese característico wah wah y un fuzz desatado, sobre bases rítmicas marciales, casi metronómicas, creando un magma visceral, que tomaba lo justo de la raíz blues del rock y de los hallazgos más sobrios de la psicodelia para convertirlas en otra cosa, en cuyo interior, en trance, con unas legendarias e imprevisibles puestas en escena al límite de la performance, con una vitalidad desesperada y jirones cortantes de rabia no future, Iggy Pop cantaba sobre el aburrimiento y la alienación de la clase obrera sin ahorrarse las desafiantes erupciones de una sexualidad perentoria. Como casi todas las obras que sólo a posteriori se reconocieron como verdaderos puntos de inflexión, los dos primeros discos, The Stooges (1969) y Fun House (1970), se toparon con tal muro de indiferencia que el grupo, envuelto además en pesadillescas toxicomanías, se separó. Iggy Pop lograría reunir en 1973 a casi toda la formación para grabar Raw Power, obra irregular y polémica desde su misma creación pero que contó con el empujoncito de un tal David Bowie. Y a partir de ahí, la progresiva reputación de grupo de culto, la carrera en solitario de Iggy Pop, las propinas tardías, dignas pero intrascendentes, de The Weirdness (2007) y Ready to Die (2013)...

Si alguien iba a rodar alguna vez un documental sobre la historia del grupo, estaba prácticamente cantado que sería Jim Jarmusch. Amigo de Iggy Pop (que apareció ya en Dead Man y haciendo de sí mismo y aguantando estoicamente los vaciles de Tom Waits en Coffee and Cigarettes); músico él mismo, fino melómano (ir a ver sus películas es también preguntarse a qué música habrá recurrido cada vez) y flipado del rock en particular (ahí está también Year of the Horse, su documental sobre Neil Young, tosco, rugoso, primitivo y auténtico como la formidable máquina de rock de 24 kilates que es Crazy Horse); Jarmusch, a instancias del propio Iggy Pop, hizo esta película, Gimme Danger, no pretendiendo que fuera un gran documento cinematográfico, ha precisado él mismo, sino como su humilde y sincera "carta de amor" a la mejor banda de rock de la historia". A la espera del estreno de su inspiradísima Patterson, los amantes del cineasta tienen desde hoy la posibilidad de llevarse este caramelo (electrificado) a la boca.

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