La habitación | Crítica

Cuidado con lo que deseas

Olga Kurylenko y Kevin Janssens en una imagen de 'La habitación'.

Olga Kurylenko y Kevin Janssens en una imagen de 'La habitación'.

Arranca esta Habitación con una premisa clásica del cine de terror: una joven pareja (la bella Olga Kurylenko y el inexpresivo Kevin Janssens) llega a una casa en el campo para iniciar una nueva vida lejos de la ciudad. Y sigue por el mismo sendero coqueteando con misterios, crímenes antiguos y sustillos propios del género. Pura rutina hasta que Christian Volkman enseña sus verdaderas cartas: una de las habitaciones del caserón hace posibles los deseos de quienes los formulan entre sus cuatro paredes. Corren entonces el champán, el caviar beluga y los fajos de billetes, pero, ay, sólo para disfrute dentro de la casa.

Como en la reciente Vivarium, aunque con una apuesta formal mucho más convencional, La habitación eleva su premisa literal hacia la alegoría de la crisis de toda pareja, la maternidad, el apego y el ciclo de la vida, asuntos trascendentes que buscan aquí el golpe de efecto más o menos previsible de cara al retruécano final.

Por momentos casi era más sugerente moverse entre los viejos códigos del terror, y la deriva psicótica de la pareja y su vástago rebelde tiende irremediablemente hacia la histeria en abismo. A los postres, la resolución del bucle y la paradoja espacio-temporal pone sobre la mesa las cartas marcadas del supuesto ingenio perverso del guionista y también sus limitaciones como director a la hora de darles densidad conceptual y forma siniestra, aunque sea dentro de la serie B.