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Primeras vacaciones | Crítica

Lo que ha unido Tinder que no lo separe el turismo

Jonathan Cohen y Camille Chamoux, protagonistas de 'Primeras vacaciones'.

Jonathan Cohen y Camille Chamoux, protagonistas de 'Primeras vacaciones'.

Hay en estas Primeras vacaciones algunas buenas ideas de partida para una decente comedia romántica veraniega. A saber, hacer que nuestra pareja se encuentre en una cita de Tinder y afronte su primera noche de sexo sin demasiados preámbulos, también que ambos decidan irse de vacaciones juntos a un destino como Bulgaria, caricaturesco paraíso para la mochufa de clase media que se debate entre la aventura campestre, libre y salvaje o esa vidorra de resort de cinco estrellas en la que la promesa de felicidad pasa por una pulsera de todo incluido.

La comedia de Patrick Cassir se sigue así con levedad y cierta gracia en su condición de sátira del turismo y la pareja burguesa en tiempos modernos, al tiempo que plantea la clásica batalla de caracteres y género convenientemente caricaturizada y con suave reparto de estopa políticamente incorrecta a costa del macho alfa escrupuloso, la treintona neurótica, los ecologistas y hippies de pacotilla, las insoportables familias de veraneo o los asilvestrados lugareños del Este.

El problema llega cuando la comedia decide regresar a casa no sin antes replegarse hacia el siempre incómodo territorio del pasteleo o la seriedad. Primeras vacaciones se malogra así en su último tercio entre apuntes sociales (el sexo también está en venta) y un cierre en clave romántica que termina por convertir a dos personajes bien trazados en su reconocible perfil contemporáneo en dos estereotipos elementales de la vieja escuela rosa.