Madame Hyde | Crítica

La llama del saber

Sutil, inteligente y por momentos hilarante parodia (quién sabe si voluntaria) del cine social sobre adolescentes problemáticos en el ámbito educativo, que es casi lo mismo que decir de buena parte del actual cine francés de éxito anclado en el realismo más ramplón, Madame Hyde adapta, modula, cambia el género a su protagonista y traslada el clásico literario de Stevenson a la banlieu parisina, para proponerse como fábula moral sobre la enseñanza, la transformación y la transmisión del saber coqueteando, como siempre en Bozon (La France, Tip Top), con el gesto y los modos clásicos sometidos a un insólito encuentro con la escritura moderna y las formas del extrañamiento.

Una Isabelle Huppert en un registro leve alejado de la solemnidad habitual encarna aquí a una siesa profesora de Física (Madame Géquil) menospreciada y humillada por sus alumnos en el instituto de barrio, una esposa anodina y desanimada que, experimento de laboratorio y accidente mediante (¿quién dijo Jerry Lewis?), adquiere una insólita capacidad sobrenatural para prenderse y actuar en la noche como una sonámbula justiciera poética, en un intento, a veces incontrolado, de escapar de lo real, levantar el vuelo de la autoestima y proteger al único estudiante (un chico discapacitado de origen árabe) que, a pesar de la tentación del mal, parece seducido por su tortuosa vocación docente. 

Bozon traza un universo de contornos suaves y colores pop, de líneas geométricas y aire ligero donde los tipos (ahí están, desternillantes y adorables, José García como marido paciente y devoto y Romain Duris como estrafalario director del centro) trascienden la caricatura para pasar del slapstick a la melancolía (y al melodrama si me apuran) sin perder fuelle en el camino.

Se trata aquí de salir al encuentro de una paulatina emoción antisentimental, de reivindicar una palabra precisa y reveladora de la pasión por el pensamiento (véanse las dos largas secuencias dedicadas a la explicación y resolución de problemas de matemáticas y electricidad), de poner boca abajo, en una forma libre y juguetona, los dogmas sobre la educación, la convivencia social en la Francia multicultural y, por supuesto, el propio cine.