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Cine

Las imágenes del consenso o mis problemas con Amenábar

  • El crítico Jordi Costa desgrana con sorna e ironía el devenir del último cine español en su texto para el libro colectivo 'CT o la Cultura de la Transición'

CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de la cultura española. Varios autores Debolsillo. 246 págs. 5 euros

Se trata del gesto simbólico de matar al padre, o al menos, de devolverle al hermano mayor alguna de las collejas que nos dio de pequeños. Ese padre y ese hermano mayor son la Cultura de la Transición (CT), concepto acuñado por Guillem Martínez, impulsor y editor de este libro, nacido a su vez de algunas ideas esbozadas ya con anterioridad por intelectuales, escritores o críticos como Sánchez Ferlosio, Vázquez Montalbán o Ignacio Echevarría, uno de sus más ilustres damnificados.

La CT se define como el "paradigma cultural hegemónico en España desde hace más de tres décadas, tiempo en el que, más que un tapón generacional, ha habido un tapón cultural (…) Se trata de una cultura, señala Martínez, en la que una novela, una canción, una película, un artículo, un discurso, (un chiste, añado yo), una declaración o una actuación política están absolutamente pautados y previstos. Se trata, a su vez, de una aberración cultural, que ha supuesto una limitación diaria y llamativa a la libertad de expresión, a la libertad de opinión, a la libertad creativa. A la libertad, a palo seco".

La crítica a la CT se ha ido consolidando y difundiendo recientemente gracias a internet y las redes sociales, y forma parte de los discursos más o menos tangenciales del movimiento15-M, integrándose en ese gran relato del desencanto y la indignación de una nueva generación consciente e insatisfecha con el legado político, social, económico, cultural (y moral) que le han dejado sus mayores. La CT no es sino el gran marco, la gran mascarada, el espacio cultural del consenso o el buen rollo creado al alimón entre políticos, instituciones (del Ministerio de Cultura a la SGAE, pasando por todos los Premios imaginables), artistas, intelectuales, medios de comunicación (sus principales sancionadores públicos) y mercados para levantar una determinada marca España. Ignacio Echevarría apunta como la CT ha subvertido también la clásica dinámica histórica, estéticamente antagónica, entre artistas e intelectuales y el Estado, para crear un nuevo e indisociable vínculo entre unos y otros en un nuevo mapa de la cultura entendida ya no sólo como empresa pública sino como forma de unificación, nunca de confrontación.

El libro CT o la Cultura de la Transición se propone así como una nueva contribución coral (desigual, a veces repetitiva y autocomplaciente: la urgencia y el cabreo no son siempre los mejores compañeros de viaje) a este estado de ánimo que parece haber plantado cara a cierto statu quo desde la reflexión y el análisis, pero también desde la ironía y el humor como las más eficaces y desmitificadoras estrategias para desarmar al enemigo.

Y eso es lo que hace con guasa iconoclasta Jordi Costa a propósito del cine español. El crítico de cine de El País y colaborador en numerosos medios sigue la (falsa) pista de un (falso) director llamado José Luis Izquierdo, un tipo capaz de integrar a Lukács y Chiquito de la Calzada o de retomar el proyecto de Eloy de la Iglesia de un melodrama de amor fou sobre la pasión homosexual entre un guardia civil y un etarra, trasunto del cineasta maldito, cruce entre Iván Zulueta y el posthumor chanante, para trazar un recorrido satírico e hilarante por esos hitos y (falsos) mitos consensuados de la historia de nuestro cine (observado desde un estimulante canon disfuncional que va de Nemesio Sobrevila a Santiago Lorenzo) y de ese cine oficial de la CT marcado por el "autoengaño cohesionador", el costumbrismo, el realismo social o la Guerra Civil como tema recurrente.

A saber, un engendro deforme, un Frankenstein plural y aseado, con las costuras bien cosidas y disimuladas, nacido de una amalgama entre Pedro Almodóvar ("modelo dominante y mimado, crisol cultural de ciertas esencias de lo español"), Alejandro Amenábar ("sueño húmedo de la CT. Cineasta apolítico, inodoro e insípido, pero tremendamente exportable (…) La precisión técnica como perpetuo salvapantallas para camuflar la evidencia de un conjunto vacío"), Carlos Saura ("hacedor de virtuosos y hasta bellos criptogramas-zapadores del tardofranquismo devenido en empresa de servicios muy solicitada por el sector de Ferias y Congresos"), Juan Antonio Bardem ("del gesto revolucionario de darle un Mundo Obrero al landismo al gesto (más) revolucionario de darle un papel protagonista a Mar Flores"), Álex de la Iglesia ("prometedor director vasco que acabó involucionando como quintaesencia del director español") o Fernando León de Aranoa ("la longitud de su nombre desautoriza la sinceridad de su discurso"). Sumen ustedes mismos las partes y reconstruyan al monstruo, nuestro Godzilla particular.

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