FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

La isla de Bergman | Crítica

Amor y desamor en Bergmanlandia

Mia Wasikowska, en 'La isla de Bergman'.

Mia Wasikowska, en 'La isla de Bergman'. / D. S.

Las peregrinaciones laicas a lugares significados por haber vivido y trabajado en ellos un creador son cosa antigua. El roble de Tasso en el Gianicolo, el culto a Shakespeare en Stratford-Upon-Avon o a Mozart en Salzburgo y la casa de Goethe en Weimar son ejemplos. El cine también tiene sus lugares de peregrinación. Uno de ellos (desde luego reservado a los cinéfilos muy cinéfilos y un puntito masoquistas dada la dura y desolada belleza de las películas y los paisajes) es la isla de Farö. Representa para los bergmanianos lo que Monument Valley para los fordianos, Cinecittà para los fellinianos, San Francisco para los hitchcockianos o Nueva York para los allenianos. Porque allí vivió desde 1961, allí murió, allí está enterrado y allí rodó algunas de sus películas más importantes Ingmar Bergman.

Tras su muerte Farö se convirtió en un destino de turismo cinéfilo dedicado a un culto bergmaniano que, de seguro, poca gracia habría hecho al director al convertirlo en un Mickey Mouse existencialista en una Disneylandia de autor. Culpable en parte de ello fue su hija Linn Bergman, nacida de la relación entre el director y Liv Ullman, al crear tras su muerte The Bergman State on Farö, una residencia para artistas, estudiosos, escritores y cuantos quieran recibir la inspiración del maestro en las mismas estancias en las que vivió, creó y murió.

Turismo cinéfilo con pretexto de introspección sobre los dilemas existenciales, creativos y amatorios de una pareja de cineastas (y de las criaturas imaginadas por una de ellos) que acuden a esta isla en peregrinación y en busca de inspiración es esta película. Participan del Bergmanlandia turístico mientras se descubren el uno al otro (lo que en bergmanés no augura nada bueno) conforme sus proyectos cinematográficos avanzan.

Lo mejor de la película es la ironía -incluido un Bergman safari o la venta de souvenirs inspirados en sus películas- con que la actriz y directora Mia Hansen-Love, francesa de ascendencia danesa, presenta el parque temático en el que la isla se ha convertido. Lo peor es que ni la historia de los dos cineastas (Tim Roth y Vicky Krieps) ni la de los personajes de la ficción que ella está escribiendo (Anders Danielsen Lie y Mia Wasikowska) adquieren verdadero peso, ni las reflexiones sobre el cine y la creación verdadera hondura.

Mia Hansen-Love tira más hacia el Woody Allen bergmanizado que hacia Bergman, más hacia la comedia sentimental -canción de Abba incluida- que hacia el drama. Y no acaba de situarse ni en uno ni en otro territorio. Quizás porque a través de esta doble parábola la directora ha querido representar su propia relación con el realizador Oliver Assayas (autor de un libro de entrevistas con Bergman: ¡casualidad!) del que fue pareja e intérprete de algunas de sus películas hasta independizarse afectiva y creativamente, y para ello ha dado un rodeo excesivamente largo e invocado un fantasma, el de Bergman, excesivamente poderoso. Logrando una obra correcta y a ratos interesante, pero inferior a sus muy apreciables El padre de mis hijos, Primer amor o El porvenir.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios