DIRECTO Madrugá Sevilla en directo | Semana Santa 2024

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Cine

La larga sombra de Jean Louis Trintignant

  • El protagonista de 'Un hombre y una mujer' o 'Mi noche con Maud', un icono del cine de autor europeo, muere a los 91 años

Jean Louis Trintignant, en Cannes en 2012, cuando presentó 'Amor'.

Jean Louis Trintignant, en Cannes en 2012, cuando presentó 'Amor'. / Stephane Reix / Efe

"A l’ ombre de nous / ne pourra fleurir / aux jours a venir / bien d’ autre que beauté. / Même en pensant au pire / une ombre va a rester" ("A nuestra sombra / no podrá florecer / en los días por venir / más que belleza. / Incluso pensando en lo peor / una sombra va a quedar"). Hoy es el día de escuchar A l’ ombre de nous, una de las muchas hermosas canciones que Francis Lai compuso y Pierre Barouh y Nicole Croiseille cantaron para Un hombre y una mujer de Lelouch. Porque ha fallecido, a los 91 años, Jean Louis Trintignant, intérprete fundamental de la segunda edad de oro del cine de autor europeo que fue de los años 50 a los 80. Su larguísima filmografía a las órdenes de Zurlini, Doniol-Valcroce, Risi, Costa-Gavras, Robe-Grillet, Lelouch, Chabrol, Rohmer, Bertolucci, Granier-Deferre, Scola, Truffaut, Téchiné, Tanner, Kieslowski, Chéreau o Haneke, en una carrera que va de 1956 a 2019, deja una larga sombra de belleza, unas veces romántica y otras trágica, unas veces idealizada y otras comprometida, siempre marcada por su extrema sobriedad interpretativa, por su capacidad para expresar con un mínimo de gestos caracteres introvertidos, por su naturalidad que permitía a los mejores directores con los que trabajó insertar los más complejos temas políticos, humanos o religiosos en la cotidianidad.

Trintignant –hagan un esfuerzo por recordarlo unido a las que para mí fueron sus mejores interpretaciones y sus más memorables personajes– fue el tímido Roberto arrastrado por el desmadrado Bruno en Al final de la escapada (Risi, 1962), el piloto de carreras [familiar de grandes corredores y él mismo fascinado por la velocidad sugirió que el protagonista, en principio un médico, fuera un corredor] de Un hombre y una mujer (Lelouch, 1966), el impasible mercenario de El gran silencio (Corbucci, 1968), el ingeniero católico que se pasa una noche hablando de Dios, de Pascal y de la vida en Mi noche con Maud (Rohmer, 1969), el severo y honesto juez de instrucción que investiga el asesinato de un diputado durante la dictadura griega de los coroneles en Z (Costa-Gavras, 1969), el dubitativo profesor de filosofía que hace el juego a los fascistas en El conformista (Bertolucci, 1970), el hombre indefenso ante el amor mientras huye con su familia de los nazis en El tren (Granier-Deferre, 1973), el frío criminal Emile en Historia de un policía (Deray, 1975), el médico de la fantasmal fortaleza en El desierto de los tártaros (Zurlini, 1975) –o, saltando a su madurez y a su ancianidad vivida sin miedo ni falso pudor ante las cámaras– el juez obsesionado por escuchar lo que no debe en Tres colores: rojo (Kieslowski, 1994), el anciano devastado por la enfermedad de su mujer en Amor (Haneke, 2012) o –en su último papel, totalmente opuesto al de la película de Haneke– aquel joven y guapo piloto de carreras de Un hombre y una mujer convertido en un anciano víctima de alzhéimer, visitado por su antiguo amor en Los años más bellos de una vida (Lelouch, 2019).

Supongo que ahora le pondrán, no rostro, que de seguro no lo han olvidado, pero sí los rostros de sus personajes, cosa muy importante en un actor. Siendo un actor en principio poco versátil la maestría de muchos de los directores con los que trabajó (curiosamente solo con Rohmer y Truffaut de entre sus coetáneos de la Nueva Ola), le permitió abordar una gran variedad de géneros desde los que en principio parecían más alejados de su registro –ese gran western que es El gran silencio– a los que podían ajustarse mejor a su concentrada contención –cine negro y político– pasando por obras inclasificables de extraordinaria profundidad humana e intelectual –Mi noche con Maud o El desierto de los tártaros– sin olvidar una de las más amadas, premiadas (Palma de Oro y Oscar) y después injustamente maltratadas películas románticas, Un hombre y una mujer, que lo convirtió a él y a Anouk Aimée en dos de las más deseadas estrellas de los años 60. Lelouch descubrió en él algo que los otros realizadores no habían visto: no solo que era guapo, lo que resultaba evidente, sino la calidez de su mirada y su capacidad para expresar, a través de ella, la ternura y la tristeza. Algo que, siendo ya muy anciano, aprovecharon Haneke y de nuevo Lelouch en Amor y Los años más bellos de una vida.

Con Anouk Aimée en 'Un hombre y una mujer'. Con Anouk Aimée en 'Un hombre y una mujer'.

Con Anouk Aimée en 'Un hombre y una mujer'.

Tuvo una vida larga, llena de éxitos y de amores envidiados –empezando por Brigitte Bardot, con la que coincidió cuando iniciaba su carrera en la escandalosa Y Dios creó a la mujer (Vadim, 1956)– pero también de tragedias. Perdió a dos de sus hijas. Una, de pocos meses, ahogada por una regurgitación. Otra, muchos años después, víctima de la brutal paliza que le dio su pareja. Esta segunda muerte, por su trágica crueldad y por sufrirla con una edad ya avanzada, lo dejó devastado. Y en sus últimos años la enfermedad se cebó con él. Al terminar de rodar Los más bellos años de una vida, que interpretó enfermo y con un proceso imparable de ceguera, dijo: "Me retiro, ya no tengo fuerzas para más y, además, me estoy muriendo". Era verdad. Pero, por desgracia, ha tardado dos años en hacerlo. Pero hay más luces que sombras, pese a ser tan densas las de la muerte de sus hijas. Afortunadamente para él y para nosotros su vida ha dejado para siempre, como decía la canción de Un hombre y una mujer, una larga sombra de belleza. Y de inteligencia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios