En algún territorio fílmico indeterminado entre el primer Linklater, Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, The myth of American sleepover de David Robert Mitchell y ciertos pasajes oníricos y surreales a lo David Lynch, este debut de Tyler Taormina, presentado en Locarno y Gijón, se adentra en los movimientos, rituales y gestos de un puñado de adolescentes de barrio suburbial durante una jornada de fin de curso y baile de despedida de promoción que se expande en algún momento y lugar indefinidos entre los años 80 y el presente.
Taormina encabalga en pinceladas impresionistas un coming-of-age que se fragua en los grupos de chicos y chicas singulares, en tipos solitarios y retraídos, entre padres e hijos, en rituales de paso que se dibujan aquí desde la distancia de un estilo musical y flotante sin centro, línea clara ni narrativa sólida. Méritos todos de un filme original y libre que traza un paisaje conocido y estereotipado bajo una mirada nueva que difumina la nostalgia generacional con los ecos literarios de un Bukowski cuya Senda del perdedor presta el título original y apunta al desencanto de la madurez por venir.
Ham on Rye recorre así por senderos insospechados un tramo de la vida y la confusión adolescente protagonizado por los chicos anónimos y sin atributos, extraordinarios todos en su percha natural improvisada, una tribu dispersa unida en los rituales del baile, las miradas y los gestos, en la búsqueda de una identidad propia en la manada, en los destellos y luces de neón de una noche alucinada y hopperiana donde la resaca tras la fiesta y el acecho de peligros futuros se confunden.