San Bernardo

Cofradía sin manteo ni bonete

  • Estampas típicas en el primer Miércoles Santo sin monseñor Álvarez Allende

Va el sevillano buscando el barrio de San Bernardo cuando la Semana Santa llega a su equinoccio, que dirían los cursis. Para llegar al antiguo arrabal hay que atravesar la collación de la Puerta de la Carne, donde turistas y no turistas comen en bares diseñados siguiendo los cánones del modelo kitsch que impera en estos lares, convertidos en parque temático para el forastero. A la una de la tarde hay quien ya degusta una paella de abundante arroz y escasos ingredientes.

Tras cruzar el carril bici, siempre con la consabida precaución para no ser atropellado por un ciclista, se tropieza con el magno edificio de la Diputación Provincial. Justo detrás está el parque central de Bomberos que da nombre al puente aledaño. En esos momentos seis agentes cuentan sus batallas cotidianas de un miércoles al sol mientras que otro compañero ejerce de cicerone de un grupo de turistas que andan perdidos sin saber siquiera que hoy es día de cofradía.

Se cruza la última avenida y uno ya es consciente de que aquella tierra es bien distinta a todo lo andado hasta ahora. Hay gente en balcones y portales. Chaquetas y ropa reservadas para fiestas grandes que van pregonando que hoy no es un día cualquiera. En la calle que recibe el nombre del barrio están las dos peñas que acogen a los socios de uno y otro equipo de fútbol de la ciudad. Vecinos y costaleros se refrescan el gaznate y alegran sus estómagos antes de la dura penitencia. El líquido y rubio elemento brilla en los vasos de plástico tanto como el sol que relumbra a media tarde en los zócalos de casas antiguas, las menos, y reformadas, la mayoría, que abren sus puertas para ver pasar la fiesta mayor del barrio. En una de las aceras una familia sacó todo su mobiliario a la calle para ver con precisión cada detalle. Desde la mecedora de rejilla, donde se acomoda la abuela, hasta la silla modelo Ikea del nieto más pequeño.

La emoción se palpa conforme está más cerca la parroquia. Balcones donde cuelgan capotes de toreros, amigos y antiguos vecinos que se fotografían en este regreso al barrio donde crecieron, donde aprendieron a vivir. Hijos pródigos que vuelven a San Bernardo para celebrar los únicos instantes que ahora comparten. Vecinas que colocan el alfa y el omega de la Semana Santa en esta jornada. Todo empieza y acaba en el Miércoles Santo para estas mujeres que no disimulan su emoción cuando el Cristo de la Salud se pone en la calle o cuando la Virgen del Refugio desciende la rampa instalada ante el templo. Aquí no importa que el rímel se extienda por sus rostros con la misma velocidad con la que salen los nazarenos de la parroquia.

En las alturas, nuevas miradas en áticos pretenciosos ajenos a la historia del barrio. En el suelo, una cofradía huérfana de manteo y bonete. Estrenos de este Miércoles Santo en San Bernardo. El primero sin monseñor Álvarez Allende.

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