Tiempo de espera

Día decisivo

  • El sentido de la vida y la pasión. Jesucristo vivió durante el Jueves Santo una despedida dramática con acontecimientos absolutamente humanos, como la traición o el miedo.

EL Jueves Santo es un día clave en la cristiandad después de una larga espera. Ocurre una despedida dramática en la que Jesús asume su destino y señala el camino que deben seguir los creyentes. Momento oportuno para que reflexionemos sobre el valor de este día y cómo se vive en Sevilla.

Todo ocurre en una tarde en la que Jesús señala el valor primordial de la caridad y el simbolismo transcendente de la Eucaristía, los dos grandes pilares del cristianismo. En una jornada en la que sufre la traición de alguien muy cercano a él, es juzgado, condenado y sufre grandes sentimientos humanos: miedo, angustia y soledad. Cuando Jesús lava los pies a los apóstoles está resaltando el valor primordial de la humildad y de la caridad. No cuesta trabajo imaginar a Jesús realizando esa labor porque la hemos asumido en nuestra mente desde pequeños. Lo que no es seguro es que hayamos aprendido de verdad de su ejemplo. Sin duda alguna muchas personas han dedicado su vida a la noble acción de ayudar a otros seres humanos en funciones similares a lavar los pies a quienes lo necesitan. Pero la mayoría de las personas actualmente no tienen como objetivo primordial el cuidar de los otros. Y recordemos que la palabra caridad en su significado inicial es equivalente a cuido. Ejercer la caridad es cuidar y asistir a los demás con diligencia y esmero. Con cariño que también, como es sabido, tiene el mismo origen que las palabras caridad y querer.

En ese mismo día Jesús va a vivir acontecimientos absolutamente humanos: la traición y el miedo. La traición le viene de Judas Iscariote, que se vende por unas monedas. Un comportamiento miserable que produce un profundo e inesperado dolor. Una deslealtad enmascarada tras un beso que se ha generalizado después como el ejemplo de la más alevosa y despreciable infidelidad: el beso de Judas que llevó a Jesús a ser juzgado y condenado. Pasando después a depender de Pilatos, el desgraciado político de turno que lava sus manos como si así pudiera quedar limpio de su responsabilidad. Comportamiento que, como el de Judas, vivimos o presenciamos a diario.

En otro momento del Jueves Santo, ya de noche, según cuenta San Marcos en su Evangelio, en el Huerto de los Olivos Jesús siente miedo, angustia ante la muerte y soledad. Unos sentimientos tan profundamente humanos. Quizás entonces es cuando siente más intensamente su dimensión como hombre. Vivencias que están representadas en las imágenes de la Semana Santa de Sevilla de manera inigualable.

Me pregunto muchas veces por qué el dolor y la angustia están representados tan vivamente, con tanta fuerza, en la Semana Santa de Sevilla y cómo ocurre esto en personas cuyos primeros signos de identidad no son ni la tristeza ni la angustia. No me atrevo a dar una respuesta definitiva pero se me ocurre pensar que el sevillano es capaz de hacer convivir experiencias diferentes y aparentemente contradictorias. También puede ser otra prueba más de la fuerte capacidad de vivencias emocionales del sevillano.

En la Cena del Jueves Jesús instituye la Eucaristía. En un acto lleno de simbolismos en el que nos transmite cuál es el valor de ciertas palabras y gestos. Así podremos entender el significado del pan y del vino que representan el cuerpo y la sangre de Cristo. En ese día también se consagran los Santos Óleos que se utilizan en el bautismo, la confirmación y la unción de los enfermos. En definitiva nos transmite todas las claves de la fe cristiana. Y lo hace en una cena, en un acto público en el que se reúne por última vez con los apóstoles y aprovecha la ocasión para invitar a todo el mundo en la celebración.

Parece razonable pensar que el sevillano y el andaluz han recogido muy bien esa faceta pública que Jesús transmite en la Cena del Jueves, porque coincide con sus predisposiciones psicobiológicas. Y quizás por ello su fe y sus maneras de vivirla tienden a expresarse de una forma tan manifiesta y tan externa, que por supuesto no excluye el sufrimiento, el dolor, la angustia y la esperanza. 

En cuanto a la preferencia del sevillano con el Jueves o el Viernes Santo se constata una tendencia mayoritaria a identificarse con el Viernes Santo, que es cuando ocurre lo más dramático, la crucifixión  y la muerte. Y así lo demuestra con el cariño a tan queridas imágenes. Un grupo minoritario de sevillanos se identifica preferentemente con el Jueves Santo por las posibilidades que tiene para el creyente y porque le proporciona las claves para su fe y su comportamiento: el sentido cristiano de la vida.

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