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Los días imaginados

Figuración de la Muerte

  • La Muerte ha estado presente en la Semana Santa, pero en el final alcanza sus estampas más inexorables. El muñidor de La Mortaja convoca con un poder que nos lleva al silencio.

CRISTO muere en la tarde del Viernes Santo y se despide de la vida con el Cachorro de Triana, pero sabemos que es un tránsito de ida hacia la otra Vida. No obstante, en estas horas postreras, cuando parece que todo es triste y va de recogida, la Muerte se paseará por las calles de Sevilla, y dejará el aliento frío, el réquiem de unas imágenes en las que el dolor no está minimizado, sino que se refleja en toda su crudeza, aunque matizado por una melancolía que trasciende y nos abruma.

Silencio en las esquinas cuando pasa la Mortaja. Dobla el muñidor su mano, sabiendo que esa esquila es el aviso de la Muerte. No es un repique alegre, como el que se oirá cuando llegue el domingo. Es justo lo contrario, el compás monótono y triste que va pidiendo silencios desde que salió del compás del antiguo convento de la Paz.

Se diría que el muñidor tiene un poder sobrenatural, que en realidad no es suyo, sino de ese sonido de la muerte presentida que nos llama al silencio. Y así va, apagando murmullos que se diluyen, entre los naranjos de la calle Doña María Coronel, donde el azahar es el perfume de la vida que se escapa. Y seguirá por ese itinerario que le acercará a San Andrés, como si se quisiera reencontrar con ese Traslado al Sepulcro que se insinuó el Lunes Santo y que era la otra plasmación de este cortejo fúnebre.

La procesión de los ciriales dibuja luces trémulas en el atardecer del Viernes Santo, cuando las sombras se van a imponer, si acaso sea sólo por unas horas. Todo transcurre ya entre silencios que evocan el duelo. Y, de pronto, nos encontraremos con el paso de la Mortaja. Todo está consumado en este paso, donde el Cristo Descendido tiene el frío de la muerte (que es de hielo). En los ojos de la Virgen de la Piedad está el dolor de la Madre, con una angustia que es otra muestra sublime de la Dolorosa sevillana. Algunos investigadores han insinuado que esta Virgen podría ser una representación de la Macarena, más doliente, en la contemplación del horror de su Hijo muerto aún en sus brazos. Pero el dolor está también en el rostro de todas las imágenes presentes en el paso. ¿No habéis visto los ojos de los Santos Varones? Es la figuración de la Muerte, que se ha encarnado temporalmente, nada más y nada menos que en el Hijo de Dios.

Mortaja por las calles y las plazas de Sevilla. Mortaja hasta que la madrugada rompa su velo de tinieblas en la oscuridad del compás de aquel antiguo convento. Mortaja que viene de Muerte, y que se la llevará hasta las profundidades de su templo, cuando la puerta se cierre. Sólo quedará el vacío que nos causa haberla visto, y saber que se nos fue, ¿hasta cuándo?, como todo lo efímero.

La Muerte, que se ha paseado el Viernes Santo por Sevilla, volverá a aparecer en la tarde del Sábado Santo. La Muerte, que se reencarna de muy diversas maneras, que se disfraza y se altera, con tal de ganar su batalla. Pero ya no hay más Muerte que la que es derrotada en el paso de la Canina. Puede que el orden del Santo Entierro estuviera más justificado al revés, pues ahora se empieza por el final. Y así se vería mejor que el Cristo Yacente, tan abrumadoramente difunto en su urna, y el Duelo de la Virgen y la Santa Compaña, no ha sido estéril. Esa muerte del Hijo ha sido el tributo que ha pagado para la Vida Eterna. Y así la Muerte está derrotada, definitivamente, en el paso de la Canina. Que, en realidad, no simboliza sólo una derrota del esqueleto infame del Mal, sino que es el Triunfo de la Santa Cruz sobre el pecado.

Las grandes verdades se reinterpretan cada año por las calles de Sevilla, y alcanzan sus momentos de más hondo significado en el final de la Semana Santa. La figuración de la Muerte no fue estéril. Aquellos silencios serán redimidos con la última lágrima de la Esperanza.

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