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Las Aguas

Media hora de nervios y lágrimas

  • La salida de ayer fue muy especial para la familia de Manuel Grove, hermano número 1 recientemente fallecido

El capillita ajusta al máximo el tiempo que tiene para ver una cofradía y salir corriendo para la siguiente. Si le quitan un cuarto de hora, a más de uno le dan un disgusto. Eso es precisamente lo que pasó ayer por la tarde en la calle Dos de Mayo. Hasta el año pasado, era fácil ver el misterio de San Gonzalo por el puente y salir pitando hacia el Arenal para ver la salida de las Aguas.

Desde ayer la fórmula no es válida. Las Aguas adelantó un cuarto de hora su salida para sortear el bosque de catenarias de la Plaza Nueva y la gente que venía en masa por el Paseo de Colón llegó demasiado tarde. Casi tanto como para perderse la salida del crucificado de Illanes a los sones de la marcha Virgen del Amor y del solo de Víctor, el corneta de la Banda del Sol, que fue tan largo que hasta al guardia civil que escoltaba el paso se le escapó un "ojú, hijo" que contrarrestaba su marcial postura.

Las Aguas es una cofradía cómoda para ver, de esas que guardan bien el orden en la calle y tarda media hora larga en pasar. Pasa el Cristo y apenas hay que esperar mucho para que llegue la Virgen de Guadalupe. En ese intervalo se va poniendo nervioso Enrique Castrello, el anciano de la residencia del Hospital de la Caridad que lleva siete años entregándole un ramo de flores a la Virgen. Y también Antonio García Padilla, de 83 años, que le acompaña sentado en el lugar que la hermandad habilita cada año para que los abuelos de la Caridad vean la hermandad sin tener que sufrir empujones y apreturas.

Y así, entre nervios y una brisa que va pidiendo jersey, va saliendo la Virgen de Guadalupe. Cuando el palio se planta bajo el dintel de la puerta de la capilla, una mujer llora esmorecida. Es María del Carmen Grove, una de las hijas de Manuel Grove Sánchez, quien fuera número uno de la hermandad durante muchos años y que falleció el pasado mes de junio a los 85 años. Es la primera Semana Santa sin su padre y los recuerdos son incontrolables. "Conoció la hermandad en San Jacinto y aquí. Estamos sus tres hijos y sus cinco nietos. Uno va debajo del palio", dice su hija, que recuerda que su padre, ferroviario, tiene la medalla de oro del Ateneo cultural y una cruz al mérito militar.

Cuando el capataz, Salvador Perales, toca el martillo, a la mujer le cuesta casi mantenerse en pie y se apoya en una de las jambas. El capataz pide una levantá a pulso y la subida del paso casi ni se nota, canta el Sacri y María del Carmen se queda llorando.

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