Cofradias

Medio siglo de la Virgen Niña

  • En 1965 un chaval de 16 años tallaba una imagen que se convertiría en la Virgen de Guadalupe. Hoy vuelve a salir de su capilla del Arenal, sin envejecer con el paso del tiempo.

LA Virgen de Guadalupe nació de un sueño, que empezó en 1965, en un piso del barrio de San José Obrero, gracias a las manos de un niño llamado Luis Álvarez Duarte, que había ouesto en Ella todas sus ilusiones para ser imaginero. Con esa Virgen se empezaba a forjar uno de los últimos mitos de la imaginería sevillana. Era la reinterpretación de la Madre de Dios. Si hasta entonces la Virgen dolorosa había sido idealizada por imagineros de otros siglos, que la vieron como una mujer joven, el ángel que anunció a Guadalupe quiso que fuera una Virgen Niña, una adolescente en la que se encarnó el Verbo Divino, y que con el transcurrir del tiempo, cuando su Hijo murió en la cruz, siguió siendo la misma Niña de Nazaret, la Rosa Mística y temprana en la que se conservaba intacta toda la lozanía.

Milagro de la imaginería, que sólo podía ocurrir en Sevilla. Aquí, desde la idealización del Barroco, se entendió que el amor se refleja en la belleza. Y en la Pura y Limpia no cabe un dolor que la trastorne hasta el punto de mancillarla. Frente a la Virgen de los Cuchillos castellana, que exagera su dolor, están los ojos de la Macarena. Y también, frente a una Virgen anciana, desgarrada, derrotada por la Muerte del Hijo, apareció Guadalupe, que es pura como la niñez y limpia como la inocencia del despertar a la Vida.

Aquel niño imaginero, que se quería buscar un nombre como artista, le dio una vuelta de tuerca a la Pasión según Sevilla. Se pasó de la Virgen joven a la Virgen Niña, que era la de Nazaret, la que vio al ángel y eligió la pureza bendita. Aquellas vivencias del imaginero, que empezaba a ser conocido, ya son leyenda. Porque Guadalupe, medio siglo después, no ha envejecido, no ha sufrido los vaivenes del tiempo, no se ha arrugado su frente. Hoy es más Niña que nunca.

Y detrás quedó la leyenda, que llevó a un adolescente llamado Luis Álvarez Duarte hasta el edificio de la Plaza de Cuba donde trabajaba Juan Delgado Alba, con unas fotos de la imagen recién tallada. Y la casualidad (¿o no lo fue?) de que antes pasó por la capilla de los Marineros para rezar ante la Esperanza de Triana, que restauraría dos décadas después. La cofradía de las Aguas, que tuvo sus orígenes en Triana, estaba entonces en la Judería. Quedan testigos, como Joaquín Delgado-Roig, que vieron a Guadalupe en la casa del imaginero, y que la eligieron entre otras posibilidades que se le habían ofrecido a la cofradía. Aquella Virgen Niña enamoraba.

Pocos meses después, Ella ya se llamaba Guadalupe y estaba como una Reina en la parroquia de San Bartolomé. Los más viejos del lugar aún la recuerdan por aquellas calles de la Judería, que en los Lunes Santos de principios de los 70 del siglo pasado se iluminaban con su luz. Fue una Semana Santa imposible de mantener, con aquellas visiones por recovecos de calles estrechas. Sólo perduró hasta 1977, cuando se fue a la capilla del Rosario.

Medio siglo después, hoy vuelve a recorrer las calles de su Arenal. Guadalupe se mudó a la vera del río, como si tuviera nostalgias de aquella antigua cofradía trianera. Se fue para volver cruzando el Arco del Postigo, cuando la noche se espesa y llega el momento de volver a su capilla, en la que la esperan los suyos.

Con Guadalupe se cumple la certeza de que lo clásico es intemporal. O que sólo lo que nos parece eterno se hace clásico, y no pasa de moda. Sólo las grandes verdades permanecen, sólo resiste la belleza que es pura. Y así 50 años no son nada, al menos nada que la enturbie, sino que dejan entrever la magia del tiempo, cuando cristaliza un sueño (que es donde viven los ángeles). La imaginería sevillana alcanzó otro momento épico con aquel niño llamado Luis Álvarez Duarte. Guadalupe es hoy el nombre eterno de la Niña de Nazaret.

Joaquín

León

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios