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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Cofradias

Penas en las cuatro esquinas

  • Cuando la Virgen de las Aguas ya haya pasado por Sierpes, asomará la cruz de las Penas por Sagasta Y, en Tetuán, la cruz del Museo cerrará ese círculo con el palio de San Vicente

NOCHE de Lunes Santo. Pasa la Virgen de las Aguas, con ese llanto íntimo que le deja cristales en las entrañas, con esa elegancia en su dolor que parece fugada de un lienzo romántico del Museo. Ha terminado el Lunes Santo en la calle Sierpes, con ese cansancio que sentimos cuando la atención se resquebraja. Habrá pasado ya hasta el último músico. Y quedará el estrépito monocorde de las sillas que se van apilando, ese chirrirar desagradable que resuena con la crudeza de lo que está consumado.

Desde Sierpes, en la esquina de la calle Sagasta, al fondo, se verá la cruz de guía dorada de las Penas de San Vicente, que es una de las inconfundibles, seguida por cirios morados que se alzan para adentrarse con su luz en territorios desconocidos. Esto es un cambio a modo de experimento, que se repetirá más años si gusta, pero que no se volverá a ver si no agrada. Ya se habrá ido el palio de la Virgen de las Tristezas, de Vera Cruz, muy adelante por Cuna, que es de las calles mejores para apreciar una cofradía de ruán negro y esparto ancho. En esa calle, la cera chorrea sin contemplaciones ni suavidades. Pero este Lunes Santo las dos cofradías que han llegado del barrio de San Vicente no seguirán unidas, una tras otra.

Los caminos de la penitencia se separan en la plaza del Salvador. Una por Cuna y otra por Sagasta. Encrucijada de cruces que siguen por rutas diferentes. Y así los nazarenos de las Penas experimentarán su nuevo recorrido, que tal vez un día sea motivo de añoranzas. Por Sagasta, por Jovellanos, por las cuatro esquinas del templo de los Capuchinos, por estrecheces más íntimas, saldrán a la calle Tetuán, y desde allí seguirán el camino que pasa por la Campana y que lleva hasta San Vicente, y pasarán por una calle que se llama Virgen de los Buenos Libros, una advocación que sorprende y suena a redundancia, pues nadie se imagina a María leyendo un libro malo.

Jesús de las Penas, el que mira hacia un lado y da la espalda al otro. El que opta por el bien y se aparta del mal. No todo es igual. Siempre se debe elegir el mejor lado para verlo, que es el que nos permite cruzar nuestros ojos con los suyos, para ver reflejada esas Penas abismales, que provocan los dolores de su Madre.

Por esas cuatro esquinas, en un recorrido íntimo (si ello fuera posible), la música severa del oboe, el fagot y el clarinete nos repite ese delirio de amor humillado que Jesús de las Penas empezó a mostrar cuando salió escoltado por los naranjos de San Vicente. Ese paso y el que viene detrás (en los que tanto se implicó Juan Carrero Rodríguez) resumen un sistema de entender el arte en el universo de las cofradías: los bordados, la talla, los marfiles de exquisitas miniaturas que labró Rafael Barbero con un detallismo prodigioso. Nada falta y nada sobra, porque todo se ha medido hasta el último milímetro.

Tus Dolores son mis Penas es un símbolo del Lunes Santo. La banda de Tejera detrás del palio dulcificado en su severidad. Pasará también por esas esquinas estrechas, en las que nada debe enturbiar el silencio de la noche. Reflejará la luz de su candelería esbelta y sus faroles recogidos, imponentes ante la piedra de la capillita de San José, antes de irse por la calle Tetuán, en esos senderos sevillanos del Lunes Santo que conducen a San Vicente.

Y cuando haya terminado de pasar la Virgen de los Dolores por la calle Tetuán, al fondo, asomarán los primeros nazarenos del Museo, que cierran el círculo y se acercan hacia su capilla.

Velázquez en la plaza del Duque y Murillo en la del Museo estarán aguardando al Cristo de la Expiración, para admirar ese dibujo perfecto de su escorzo, el último aliento de Dios que se entrega como hombre. A esas horas, el Lunes Santo pinta espirales de incienso en San Vicente.

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