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La Campana

El Pregón como espectáculo

EN  los últimos tiempos parece que todo está consumado y consumido: la carrera oficial, los horarios de la Semana Santa, el mismísimo Pregón. De modo que aparecen propuestas de renovación, unas más disparatadas que otras. Cuando llega el turno de Francisco Berjano, hermano mayor de Vera Cruz, constatamos que él ha intentado aislarse de tanto ruido para centrarse en lo suyo, que es hacer su pregón, no el de otros. Pero ese runrún de fondo puede que termine calando en próximos años, y que este acto que existe desde hace menos de un siglo revire hacia otras formas.

Lo de menos para dejarlo irreconocible sería trasladarlo al auditorio de Fibes, en Sevilla Este. A día de hoy, el Pregón consiste en un hombre hablando (puede que gritando también), durante una hora y pico (o dos horas y pico), con más o menos contenidos, más o menos ripios, más o menos sentido de Iglesia, más o menos alegorías, más o menos centrado en el asunto. En fin, un tema que es la Semana Santa de Sevilla, tratado según se le ocurra a cada pregonero.

Algunos estiman que ese formato del hombre hablando, puede que gritando, quizá declamando, o tal vez metiéndose a poeta por un día, está ya caducado. Y proponen alegrarlo, hacerlo más divertido, de distintas maneras. No olvidemos que estos pregones se organizan en un teatro. Se le podría añadir una musiquita bonita, de fondo, para un mayor énfasis. O unas pinceladas musicales en directo, como una saeta, una marcha, un arrebato... No creo que unas sevillanas. Resultaría más clásico o más hortera, según. También se le puede poner una proyección audiovisual, donde realmente se vea lo que se cuenta, sin olvidar que a veces una imagen vale más que mil palabras. Y, haciendo las cuentas, te sale que 10 imágenes pueden valer más que 10.000 palabras.

Si se utiliza lo audiovisual, también se podría permitir una apuesta por las artes escénicas. De manera que apareciera una cuadrilla de costaleros de verdad ensayando, o una demostración práctica de cómo se luce una mantilla un Jueves Santo, o cómo se monta una candelería. Puestos a innovar, el abanico se podría desplegar con gracejo e imaginación. Nadie sabe hasta dónde se puede llegar, una vez que se altera el canon de lo déjà vu. Y ya puestos, a esas autoridades que presiden el escenario, sin ser ellos los protagonistas de la ceremonia, los podrían bajar a la primera fila. Así quedaría más espacio arriba para las músicas, las películas y el teatro. Quedaría un escenario libre, con todo su potencial.

Como se observa, hay margen para evolucionar. El resultado final ya no sería un pregón común, sino quizá un espectáculo cofradiero/sensible/musical,  algo diferente, para lo que se requeriría una especialización. Lejanos se verían los tiempos en que un poeta salió a hombros de un teatro, en la calle Tetuán. Y sin televisión que lo enfocara, a pelo, a solas con la soledad de sus versos.

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