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Los días imáginados

Puente de San Bernardo

  • Hay un puente en Sevilla que tiene utilidad cuando llega el Miércoles Santo. Vemos al Cristo de la Salud cruzarlo y entendemos por qué no fue derribado cuando suprimieron otros.

EL puente de San Bernardo ha perdurado en el tiempo para que vuelva a ser Miércoles Santo, que es el día en que lo cruzan el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio. ¿Qué mística tienen los puentes para que sean tan importantes en la Semana Santa? Hay puentes, como el de Triana, que cruzan el río y nos evocan leyendas de las dos orillas, que son también las de la muerte y la vida. Y así el Cachorro puede ser el Barquero inmortal, que nos lleva desde la vida hasta la muerte, sabiendo que después volveremos con Él desde la muerte a la vida. Sin embargo, este puente de San Bernardo es diferente: no tiene dos orillas, sino dos amores, que son el mismo.

El viejo arrabal de San Bernardo ya no es lo que fue. Ya no es un barrio arrinconado de Sevilla. La vía del tren, que lo separaba y lo encajonaba, era la causa que justificó la construcción de ese puente. Pero cuando las vías del tren fueron soterradas, cuando desapareció el aislamiento, cuando antiguas casas de vecinos del barrio fueron derribadas y sustituidas por nuevos edificios, el puente resistió. No ocurrió lo mismo que un poco más allá, en la Calzada, donde desapareció el puente que atravesaban los pasos de San Benito cada Martes Santo. Se perdió el puente de la Calzada y quedaron cuatro semáforos. Pero el puente de San Bernardo resistió. Como el símbolo de un barrio que seguía vivo. Como el símbolo de una cofradía.

San Bernardo de los toreros, que le dieron fama en otros tiempos, cuando era un arrabal del arte. San Bernardo de los artilleros, que tenían allí sus cuarteles, hoy todavía en pie, aunque para nada. San Bernardo de los cantaores, que cuando volvían los pasos del Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio ensartaban una retahíla de saetas, que eran como quejíos inacabables, como un canto perenne que brotaba de gargantas secas y rotas.

San Bernardo no ha muerto. Revive en todo su esplendor cuando llega el Miércoles Santo. Y es entonces cuando el barrio participa en una fiesta, y la calle Ancha de San Bernardo se llena de un bullicio alegre que no siempre tiene. Vuelven los niños y los globos, y los bares y las peñas están abarrotados, y todos se han vestido con sus mejores galas, porque es el día grande que se había esperado. El día que se anuncia y se revela entre ese mar morado y negro, en el que despuntan centenares de capirotes.

Cuando el Cristo de la Salud esté en lo más alto, entenderemos por qué no fue derribado el puente de San Bernardo, por qué aquí los semáforos están abajo, por qué esta Semana Santa vive su vida ajena al tráfico. El puente, que se asciende como una escalera al cielo. El puente, tras el que asoma la Giralda, como si jugara a esconderse, y de pronto se levantara inquieta para ver al Cristo de la Salud. El puente, que no pudo ser destruido, porque hubiera sido una herejía cuando llegara el día más esperado.

En la noche, el puente de San Bernardo recupera su protagonismo. Hay una estética de los puentes cofradieros, que acompaña a los pasos con las luces brillantes y poderosas de la tarde. Son los puentes del sol. Pero hay otra estética que es nocturna, cuando la oscuridad abismal parece que se apodera de los puentes. Son los puentes de la luna. Porque ya sólo queda un hueco para la lunita plateada del Parasceve. Aquí también han brillado por las noches los focos de los bomberos, que son los guardianes del puente, como si custodiaran sus secretos.

San Bernardo de las dos caras, la del sol y la de la luna. San Bernardo que desciende hacia su barrio, en la noche ya casi perdida de otro Miércoles Santo, que se ha acabado. Y los murmullos serán, poco a poco, más remotos.

La cofradía se irá, regresará a su barrio. Cuando se cierran las puertas del templo, ¡qué solo se queda el puente!

Joaquín

León

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