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Renovada devoción del Martes Santo

  • Si algo simboliza este día es la capacidad de esta ciudad para reinventarse renovando su pasado.

ESTABA la Dolorosa / junto al leño de la Cruz. / ¡Qué alta palabra de luz! / ¡Qué manera tan graciosa /de enseñarnos la preciosa / lección del callar doliente! Tronaba el cielo rugiente. /La tierra se estremecía. / Bramaba el agua... María/ estaba, sencillamente". Estos hermosos versos de Pemán, que glosan la secuencia litúrgica del Stabat Mater, cobran vida de modo muy particular durante la noche del Martes Santo en el primer paso de la Cofradía de Santa Cruz. Véala si puede por Francos, Plaza del Salvador o Cuna, evocando acaso un pasado todavía reciente en el que se producía ese momento único del transcurrir del Cristo de las Misericordias por la Plaza de la Alianza. Podrá contemplar, en el marco de intensa espiritualidad que conforma su canastilla neogótica, sobre el suelo del calvario teñido por la sangre de los claveles rojos, cómo el cuerpo de Cristo se yergue en un último aliento de agonía mientras a sus pies la Madre llora desconsolada. No hay sayones ni romanos, tampoco San Juan o las Marías. Solos María y Jesús, la esencia de la Pasión de Cristo, el núcleo de su mensaje cristalino de amor y misericordia.

Esta hermandad, como decana, dejó su impronta en un día singular que abrió las puertas de la Semana Santa moderna. El Martes Santo ha sabido condensar en el elenco de sus cofradías la síntesis de la nueva Semana Santa sevillana, la que surge en el Siglo XX, superando las barreras de la historia. Hasta entonces las cofradías se limitaban a salir en los días litúrgicos en los que la Iglesia conmemora la Pasión. En los albores del pasado siglo se funda la Hermandad de Santa Cruz, que acuerda salir el Martes Santo. Dos décadas después revive con fuerza la Semana Santa, dormida durante más de un siglo y sólo perezosamente despertada por el impulso decimonónico de la corte chica de San Telmo. Se completa entonces este día y surge el Lunes Santo con el traslado que decide la Hermandad del Museo en 1922.

Si hay algo que simboliza el Martes Santo es la capacidad de esta ciudad para reinventarse renovando su pasado. Desde la Hermandad del Cerro a la de Santa Cruz, la mayor parte de las cofradías de este día han otorgado nuevo aliento al pasado patrimonial sevillano. De ese modo, el fervor popular hacia su Virgen de los Dolores dio nueva vida a la talla del Santísimo Cristo del Desamparo y Abandono, perteneciente al círculo de Ocampo; la oración de los feligreses de San Esteban a la doliente imagen del Ecce Homo se hizo cofradía de nazarenos tal vez recordando viejos tiempos; la devoción trianera por la Virgen de la Encarnación, que se remonta al siglo XVII, la acompañó al barrio de la Calzada donde se funda una Hermandad que rememora el fervor popular del que siempre gozó la Palomita de Triana; la abandonada efigie de Jesús Nazareno cambió su nombre para ser venerada por los nuevos cofrades de la Candelaria en la Iglesia de San Nicolás y el Santísimo Cristo de las Misericordias dejó los muros de su iglesia para llevar a las calles de Sevilla el mensaje del perdón de Dios a los hombres. Junto a ellas, el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, imagen catequética del crucificado dulcemente muerto, anatomía perfecta al servicio de la predicación de los padres jesuitas, a la que solo le falta la vida porque ya se le ha ido, salió de su abandono para convertirse en el centro de las oraciones de tantos estudiantes y profesores de la alma mater hispalense. Años más tarde sucedería lo propio con su Madre Santísima de la Angustia, que dejó el templo de San Isidoro para ganarse el corazón de los universitarios de la ciudad.

En armonía y sin contraste con ese pasado glorioso, el día incorporó nuevas imágenes para viejas y nuevas devociones, como la de la Virgen de los Desamparados, siempre entre ojivas insalvables; las de Jesús ante Anás y María Santísima del Dulce Nombre, que dejan a su paso por la Gavidia el aroma más puro de la ciudad hispalense; la de la Presentación al Pueblo de Jesús, poderoso misterio de la mejor tradición imaginera o la del Cristo de las Almas, que con la Virgen de Gracia y Amparo se hizo una sola piel con su barrio de la Feria.

Y, cómo no, la bendita imagen de María Santísima de la Candelaria que, al cruzar los Jardines de Murillo, nos pone el cielo al alcance de las manos.

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