Cofradias

Semana Santa de 1916, un año de estrenos y disputas horarias

  • La Lanzada no pudo entrar en la Catedral, pues al llegar a la Puerta de San Miguel ya había comenzado el 'Miserere' Se prohibieron, bajo amenaza policial, los 'carruseles' en los palcos

Una Semana Santa de renovación estética, de importantes estrenos, de polémicas por los horarios e itinerarios. Una Semana Santa sin el encorsetamiento de hoy, más auténtica e improvisada. Espontánea. De devociones populares. La Semana Santa de 1916, una de las más tardías de la historia, al arrancar el 16 de abril, se vivió con gran esplendor en Sevilla. Era todavía una celebración de cinco días -no existían el Lunes, el Martes, y el Sábado Santo- y el número de cofradías era muy reducido. Las corporaciones vivían un momento floreciente al abrigo de la futura Exposición del 29. En aquellos años se dio forma a la Semana Santa de Sevilla que aún pervive, de la mano de artistas como Juan Manuel Rodríguez Ojeda. ¿Y los horarios e itinerarios? También había problemas hace un siglo.

"Culturalmente, la Sevilla de 1916 era la de Gestoso, Montoto y Rodríguez Marín, la ciudad que buscaba su historia a través de sus fiestas y tradiciones. La celebración de la Semana Santa implicaba a todas las clases sociales. Durante estos días la ciudad se preparaba para dar lo mejor de sí misma: se arreglaban desperfectos en calles y viviendas, los talleres aceleraban su ritmo, las hermandades competían en suntuosidad montando altares de cultos y los comercios anunciaban ofertas suculentas para los días venideros", explica el historiador José León, que ha buceado en las crónicas periodísticas de hace un siglo y en la bibliografía para dibujar cómo fue la Semana Santa de 1916.

Las hermandades se afanaban en aquellos años en el enriquecimiento de su patrimonio. La figura de Juan Manuel Rodríguez Ojeda era ya incontestable. Varias obras destacadas se estrenaron en 1916: la saya granate de la Virgen de la Hiniesta, el manto de la Virgen de los Ángeles de la Hermandad de los Negritos, o el palio y el manto de la Virgen de la Presentación del Calvario, que cosechó unánimes elogios. También fue novedad el original manto de la Virgen de la Concepción del Silencio, muy celebrado por la crítica. Otros estrenos fueron los respiraderos de Seco Velasco para la Amargura (hoy propiedad del Museo), o el imponente Cristo que Joaquín Bilbao realizó para las Cigarreras.

La cuaresma no estuvo exenta de polémicas sobre el orden por la Plaza de San Francisco, en cuyos palcos se citaba lo más granado de la sociedad del momento, aquellos que podían pagar las diez pesetas que alcanzaban los abonos. "En ese año, los asiduos a los palcos se quejaban por los prolongados vacíos entre las llegadas de las cofradías. Las hermandades lamentaban los retrasos que provocaban las primeras de la jornada y las autoridades civiles y religiosas denunciaban los enfrentamientos que en plena procesión solían producir los temidos encuentros. Todo esto se discutió en el Cabildo de Toma de Horas celebrado en vísperas del Domingo de Ramos. Se acordó realizar estación de penitencia por las naciones sumidas en Gran Guerra de Europa y se suplicó el cumplimiento de horas fijadas en 1915, prohibiendo, bajo amenaza policial, el popularmente llamado carrusel, una costumbre que tenían las cofradías de regresar por los palcos buscando el lucimiento y que generaba sonoras trifulcas, pues cada hermandad fijaba o improvisaba libremente su itinerario de vuelta", relata León.

El Domingo de Ramos era la Amargura la cofradía que se recogía más tarde: "A las 00:30, generándose algunos disturbios por la aglomeración de público". El Miércoles Santo, la Lanzada fue la cofradía más esperada por sus novedades, aunque no pudo entrar en la Catedral: "Fue muy aplaudida la remodelación del misterio con la restitución del anterior Crucificado de pasta de madera restaurado por Pizarro (hoy titular de la Vera Cruz de Mairena del Alcor). También causaron sensación la Banda del Regimiento de Soria, que acompañaba al paso, y las nuevas túnicas de los nazarenos, compuestas por capa amarilla y antifaz granate, que se mantienen. Sin embargo, debido al retraso, no pudo entrar en la Catedral al llegar a la Puerta de San Miguel, pues ya había comenzado la celebración del Miserere".

La nota alegre del Jueves Santo fue el descubrimiento de una nueva saetera durante el regreso de la Hermandad de San Bernardo. Fue ésta una de las noticias más comentadas: "A su paso por la Plaza de Mendizábal (actual Alfalfa), una joven llamada Rocío Vega, apodada La Lechera, cantó una saeta que provocó tal entusiasmo que los pasos fueron vueltos hacia el balcón donde se encontraba. Años después sería bautizada artísticamente como La Niña de la Alfalfa y alabada como la reina de las saetas". La Hermandad de Montesión salió aquel Jueves Santo por primera vez de su capilla de la calle Feria y la Virgen del Valle iba a acompañada por la Banda Municipal.

En la Madrugada, el torero Gallito iba en la presidencia del Gran Poder. La Esperanza Macarena causó "gran expectación por su ostentación". El paso de la Esperanza de Triana por la cárcel fue, de nuevo, estremecedor: "Fue una noche tranquila, que destacó por su brillantez y grandiosidad, registrándose tan sólo pequeños desórdenes, como el robo de carteras y la detención policial de una señora vestida de nazareno del Gran Poder". La lluvia sorprendía a las seis de la mañana a las dos hermandades que todavía se encontraban en la calle: la Macarena, que se refugió en San Juan de la Palma, y la Esperanza de Triana, que entró precipitadamente en su sede, la iglesia de San Jacinto. "Esta circunstancia desencadenó un hecho sorprendente protagonizado por un grupo de trianeros, que, descontentos por no ver los pasos discurrir por su itinerario habitual, irrumpieron en el templo y desafiando al temporal, sacaron los pasos nuevamente, recorriendo varias calles y luciéndose durante mucho tiempo en la casa de Juan Belmonte".

La Soledad de San Lorenzo puso un año más el broche de oro a aquella Semana Santa de estrenos y novedades, menos encorsetada y más espontánea, cerrando los desfiles de la tarde el Viernes Santo. La Semana Santa de 1916 fue la que retrató Eugenio Noel en su polémico libro, hoy imprescindible: "Su lectura fue prohibida por el cardenal Enrique Almaraz, que lo había condenado como blasfemo y herético".

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