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La Amargura

Siempre igual, siempre distinta

  • La última luz de la tarde acompañó este año a la salida de la cofradía

Hay instantes en la Semana Santa que parecen repetirse cada año. El mismo lugar, idéntica hora...pero hay algo en ellos que los hace distintos. La cofradía de San Juan de la Palma es fiel reflejo de esta teoría. Hay en ella un halo que permanece cada Domingo de Ramos, como un imán que atrae por su estilo clásico, serio, por saber que nada va a cambiar...aún así todo es distinto cuando su primer nazareno albo abraza la cruz de guía al final de la calle Feria.

La luz también cambia. El año pasado la noche se presentó en la plaza sin previo aviso. Ayer era la última luz de la tarde la que teñía la espadaña del viejo templo. Las temperaturas se serenaron. Una hilera blanca desembocaba en Conde de Torrejón, calle larga, de casas antiguas, que recupera estos años el esplendor añejo, de color sepia que muchos cofrades olvidaron por otros enclaves de cantos de albas y tocas.

Llega el misterio del Señor del Silencio a la Plaza de Montesión con las postreras luces de la jornada. Túnica de plata con oros rocallas. Paso largo en Conde de Torrejón donde los árboles van escoltando el cortejo perfecto, equilibrado, de una cofradía a la que siempre hay que esperarla, nunca buscarla, para fijarse en sus múltiples detalles. Mientras pasan los nazarenos, las conversaciones son variopintas. Los recuerdos de antaño, de dónde se vio la última vez. El misterio tiene un andar tan largo que antes de volver la vista ya se ha confundido con la espesura de los árboles de la Alameda. La noche se echa encima. Se atisban los ciriales del palio. Luz de velas reflejadas en los cristales de los escaparates. Se presiente que llega la Virgen, porque hay imágenes que incitan al silencio, a la escuha desde que se les ve venir de lejos. Como la melodía de esa marcha, que sin apenas oírla ya se tararea en nuestra mente. Font de Anta en un pentagrama escrito en el viento, en el aire escaso de este Domingo de Ramos.

Viene la Dolorosa con San Juan, o mejor, con Juanillo de la Palma, tal como lo bautizó con atinada simpatía Núñez de Herrera. Pasa la Amargura fugaz y brota la melancolía.

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