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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Martes Santo

Las cofradías bordan un día para recordar

  • La puntualidad de las cofradías en el tiempo de paso por Carrera Oficial descarta por ahora cualquier reforma en la organización del día. La bajada de las temperaturas fue la nota dominante de la jornada.

MARTES Santo. Tercer día redondo. Puntualidad horaria. La Semana Santa parece más soñada que real (crucemos los dedos). Jornada de barrio y de centro. De ausencias y ojos que nacen a las cofradías. De promesas e ilusiones renovadas. De algo de frío y poco calor.

El mercurio se quedó arriado. Mermaron los escotes vertiginosos y las sandalias de verano. El vestir vuelve a la mesura. Las frescas temperaturas se dejaron sentir a primera hora de la mañana, en el Cerro, donde las devotas toman café (con su mijita de aguardiente) para sobrellevar la espera. Es la fiesta mayor del barrio, que hace de este martes un día señalado en rojo en el calendario. Mientras que se abren las puertas de la parroquia, las conversaciones versan sobre los temas más variopintos. Desde lo caro que cuesta un peinado hasta la marcha de Chaves a Madrid, sí, del presidente de la Junta que en más de una ocasión ha acudido a la salida del Cerro, que para eso es la que se pone en la calle con el himno de Andalucía.

Palabras más, palabras menos, la autenticidad de esta hermandad alcanza cotas de lirismo que superan a las mejores escenas que dibujó en sus escritos Antonio Núñez de Herrera. Una cofradía que apenas suma más de 20 años parece pintada en sepia, como una añeja fotografía, cuando la espontaneidad y la devoción van de la mano, las mismas con las que se agarran las cientos de devotas al negro manto de la Virgen de los Dolores, señalando su terciopelo, año a año, de promesas imbatibles al cansancio, a la sed y al dolor.

"Detrás de la Virgen va todo el Cerro", afirma Concha, que espera a que la Dolorosa pase por su casa para colocarse a su vera. "Ahora me queda andar 12 horas". Para tan largo viaje sólo le hace falta un recambio de zapatos y un pack de bocadillo y refresco que se tomará mientras la cofradía sale de la Catedral. "A lo mejor tenemos tiempo y nos comemos una torrija en San Buenaventura, que hoy, con la penitencia, podemos saltarnos el régimen", dice Paqui, compañera de Concha en esta travesía. Indulgencia, pues, para la dieta (con sobredosis de gracia incluida).

Del Cerro a la Calzada, adonde todos los caminos conducen el Martes Santo. O eso al menos se intenta. Las tabernas que llevan a San Benito son una tentación para el gaznate. Cerveza y manzanilla. Adobo y montaíto. El jamón, con la crisis, se ha convertido -como antaño las coronaciones- en un manjar que sólo se ve muy de vez en cuando. La imagen costumbrista del momento la rompen los múltiples puestos de salchichas y embutidos similares. La sillita plegable y el perrito caliente componen la nueva estética callejera de la Semana Santa. Los latigazos ya no son de vino, sino de cerveza en lata. Costumbres que cambian y tradiciones que se renuevan.

Lo que sigue intacto es el buen andar de la cuadrilla que manda Carlos Morán. Hierve la sangre cuando Pilatos (Don Poncio, para algunos) se pone a presentar al que es de sobra por todos conocido. El procurador romano es uno de los personajes secundarios con más literatura a sus espaldas. Incluso más que el que se lava las manos en la Madrugada. Los espectadores que engullen la más variada charcutería se quedan con hambre de cofradía. El postre hay que degustarlo a la vuelta, en la calle Águilas, cuando el palio de la Virgen de la Encarnación es un espacio cerrado de luces y sombras. Como en esta Semana Santa, donde lo segundo le va ganando el terreno a lo primero.

Los vaivenes de nubes apaciguan la escasa calor del día. Se agradece el sol. Las temperaturas han bajado hasta obligar a recuperar la ropa de abrigo, la que se creía olvidada hasta que se volviera de la playa. En la calle Valdés Leal un cartón anuncia la venta de "Latas frías, congelás". El negocio se va al traste. Ayer hubo más tazas que copas de balón. El café le ganó la partida al licor. El olor a achicoria era especialmente intenso en el Postigo cuando el Cristo de la Buena Muerte cruzaba el arco. Brillan el ruán y la cera. En la Plaza del Triunfo, junto al Alcázar, la Virgen de la Angustia llega a los sones de Jesús de las Penas. La crestería renacentista se recorta sobre el fondo del palacio mudéjar. Suma de estilos. Un turista inmortaliza la imagen para llevarse la mejor postal de su visita a Sevilla. Esta foto es, sin duda, mucho más auténtica que la que se venden en los souvenirs de Santa Cruz, de donde, por cierto, sale una cofradía que no tiene nada de kitsch.

La noche inundó el Martes y con ella se recupera el invierno. Brisa fría que da trabajo a los hombres de la caña. La Alfalfa es de nuevo epicentro y enclave estratégico para el buen funcionamiento del día. San Esteban, los Javieres y San Benito pasan por allí. Tres cofradías y una plaza. El día se está bordando. Los últimos hilvanes lo cosen la Candelaria y la Bofetá (lo del Dulce Nombre queda para los ortodoxos de la palabra). La primera por la penumbra de una antigua Judería, la otra en San Lorenzo, cuando el miércoles le roba el nombre a la jornada.

epílogo

Acaba el Martes Santo y nos deja el frío metido en el cuerpo. Con horarios cumplidos. Sin atisbos, por ahora, de reforma. Se termina una jornada donde hubo ojos, como los de Pedro Antonio o los de Miguel, que descubrieron la luz de la Semana Santa delante de un paso. Con un Cristo de manos atadas o enclavadas en una cruz. También hubo miradas ausentes, como la de Manuel, capiller de pueblo, cuya vista no se encontró este año con la del Crucificado universitario bajo la penumbra del Postigo. Su cofradía la componen ahora las sábanas blancas y los uniformes verdes del hospital.

También fue el martes de la venia de la madre al hijo que llevó de la mano a ver pasos cuando vivía en el reinado de la infancia. El martes de las salchichas en la antigua calle Oriente y la hilera de sillas plegables en la Cuesta del Rosario. Teoría y realidad. 75 años después, la obra de Núñez de Herrera se sigue escribiendo.

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