Los días imáginados

En la frontera del tiempo

  • Nunca es tan voluble el tiempo como en esas horas mágicas que enlazan el Jueves Santo y la Madrugada. Hay nazarenos que van para los templos y se cruzan con otros que vuelven.

A lo largo de más de 36 horas (desde las tres de la tarde del jueves a las tres de la madrugada del sábado) las calles sevillanas contemplarán a 20 cofradías, entre las que están buena parte de las más antiguas y de las que tienen más devoción. Si se quiere hacer un resumen básico, antológico y místico (incluso práctico) de todo lo que es esdrújulo y sobresale en la Semana Santa, lo tenemos ahí, porque está prácticamente todo lo que es imprescindible. Pero, entre esas 36 horas, hay una que es especialmente mágica. Porque es la hora de la frontera del tiempo.

Es la hora en que la eternidad se asoma a Sevilla. Incluye momentos de una intensidad abrumadora, porque son de esperanzas y de silencios. Esa hora es la que nos lleva desde la una hasta las dos de la madrugada. Esa hora es la que mantiene en las calles a las últimas cofradías del Jueves Santo.

Montesión ya pasó por el convento de las Hermanas de la Cruz, y tendrá a la Virgen del Rosario con el tintineo celestial de sus varales delante de San Juan de la Palma. El Valle está terminando de recorrer unas calles céntricas y recoletas (Rioja, Cerrajería, Cuna) que incorporó a su itinerario, no en los primeros años del traslado desde el Santo Ángel a la Anunciación, sino después, cuando no querían renunciar a Tetuán, pero tampoco podía pasar dos veces por la Campana.

Y Pasión, que vuelve al Salvador. A veces, como hoy, dejando unas estampas que son diferentes a lo usual en tiempos aún recientes, sobre todo por la música que acompaña a la Virgen de la Merced, y que en esos momentos estará sonando en la calle Francos.

A esa hora, que es la de la magia, los recuerdos y las grandes verdades, la Madrugada de Sevilla ha comenzado. Ya estarán los nazarenos por la calle Feria, ya habrá salido el Señor de la Sentencia seguido de sus armaos, pero todavía la Esperanza permanece en el interior de la basílica, dispuesta a salir muy pronto.

A esa hora están saliendo nazarenos de ruán negro en la plaza de San Lorenzo. Salen como con prisas, casi veloces, entre la oscuridad que apenas se mitiga con la luz de los cirios. Porque todo lo oscuro pronto se verá de otro modo, cuando asome el Señor del Gran Poder por la puerta de su basílica. Y así la madrugada alcanzará otra plenitud.

A esa hora, en el atrio de San Antonio Abad, ya han terminado de pasar lista, uno a uno, a los nazarenos del Silencio. Ya todo es silencioso. Ya está la cofradía completa formada, en el interior del templo, en el propio patio, para salir cuando llegue la hora. Y habrá una señal inequívoca, que será cuando la Santa Cruz asome en la puerta y la salude una saeta, que suena como un beso de amor, como los verdaderos besos que no traicionan.

A esa hora, en Triana, se estará formando el cortejo de la Esperanza. Por las calles del centro de la ciudad pasarán nazarenos que van y vuelven. Nazarenos gitanos y payos que van hacia el templo del Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias. Nazarenos de negro ruán (los del Calvario), que son los únicos de la madrugada que todavía no han salido. Y se cruzarán con nazarenos del Jueves Santo que vuelven a casa

En la frontera del tiempo, la eternidad se asoma a Sevilla. Con unos criterios más técnicos, eso se dirime entre discusiones por unos minutos arriba o unos minutos abajo, por una hora que le arañamos al Jueves Santo, o por una hora que nos confundimos con la Madrugada. Durante un año se ha debatido sobre el tiempo. En las tertulias, en las reuniones del Consejo. No se ha llegado a ninguna conclusión, y cuando se impuso una posibilidad resultaba que no valía.

Puede ser que no hayamos entendido que esas horas mágicas no tienen minutos. Estamos en las fronteras de un tiempo que se mide con los relojes del cielo.

Joaquín

León

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