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Cofradias

El triunfo de la cultura del aplauso

  • El Viernes experimenta un repunte de público deseoso de contemplar el Cachorro · El público de la Campana y de parte de Sierpes recibió sorpresivamente a la cruz de guía de la cofradía trianera con aplausos · El Cristo de la Salud, de la Carretería, no lució el monte de lirios

El Viernes Santo de 2008 será recordado, entre otros motivos, por la gran cantidad de público en torno al Cachorro. Una masa de personas aparentemente impropia para un día que a finales de los años noventa perdió apogeo en favor de la Madrugada y que ha ido recuperando poder de convocatoria en detrimento de la noche previa. Pero este Viernes fue todo radicalmente distinto. Buscar el Cachorro por las calles previas a la carrera oficial era una odisea. Ni de lejos. Había hambre de la cofradía de Triana. Tanto han mantenido los medios de comunicación la memoria de los cuatro años nefastos en los que el Cachorro no pasó de la Magdalena en el mejor de los casos que nunca vibró tanto el público con la sola presencia de una cruz de guía. La más que discutible cultura del aplauso, la que también se percibe en determinados funerales, se dejó notar con fuerza en la Campana y Sierpes cuando llegó el cortejo de Triana. Unos nazarenos ovacionados. Quién lo diría. Qué quedó del silencio, de llevar la procesión por dentro, nunca mejor dicho, del saber participar con la sola presencia y el respetuoso acompañamiento del cortejo. La obligada exteriorización de ciertos sentimientos (¿O simple sensiblería?) fuerza a aplaudir a los nazarenos que llegan como si se tratara de los corredores de una maratón de barrio. Ciertos hábitos merecen una reflexión.

sin monte de lirios

En la Carretería se echó en falta el monte de lirios morados que año tras año lucía el Cristo de la Salud. Sólo se vieron lirios en los frisos del paso. Y no de excesiva calidad. Parece que la Semana Santa tan alta en el calendario ha influido en la viveza de ciertos exornos, aunque bien es verdad que recordamos que los de Santa Marta eran espléndidos. Saeta al Cristo de la Salud en un balcón de la calle Barcelona lleno, por cierto, de costaleros. Al palio carretero le tocaron Saeta sevillana por la calle Barcelona antes de meterse en los peligrosos terrenos de las catenarias. La Soledad de San Buenaventura iba con enormes rosas rojas, de las que el público se quedó sin admirar en la Piedad baratillera. Al paso de la Virgen sola le acompañó en todo momento un agradable sol por la Plaza Nueva y un público familiar, reposado y sin bullas, las características propias de los Viernes Santos de siempre. El penúltimo día de la Semana Santa están los cuerpos hechos, casi de luto, como corresponde a la festividad del día.

La O tuvo que esperar en Velázquez la entrada del palio del Patrocinio en la Campana. El paso de palio lució una decoración floral meritoria compuesto a base de rosas de tonalidad rosa. La de Montserrat pasó sin bullas a los sones de Margot por la plaza de Molviedro, toda una sinfonía de fin de fiesta. La contemplación de San Isidoro por Villegas es un reencuentro con los Viernes Santos de siempre.

Público justo y silencioso para ver la cofradía de la Costanilla, un cortejo abarcable de principio a fin, de tramos cortos de nazarenos y aún con monaguillos en el regreso a pesar de lo avanzado de la hora.

El gran público, la masa de este Viernes Santo, está en esos momentos cerrando la Semana Santa en Triana tras cuatro años consecutivos sin hacerlo.

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