Los Javieres

De vecinos y promesas

  • Sabor y devoción en la salida del Cristo de las Almas y la Virgen de Gracia y Esperanza

Al inicio de la calle Feria desde Resolana, los carmesíes se alternan en las fachadas con banderolas de edificios en rehabilitación. El paseo era ayer agradable, sin mareas humanas, hacia la Parroquia de Omnium Sancturum. El bar del contiguo mercado bullía pasadas las cuatro. Frente al templo, Amparo (73 años, vecina de la calle Parras) y su hija Mari Ángeles esperaban a los Javieres, hermandad que consideran casi propia. "La recuerdo incluso cuando salía de Trajano, de los Jesuitas", rememoraba Amparo, quien tiene grabado el año que su otra hija fue una de la primeras mujeres nazarenas en hacer estación de penitencia. Por avatares de la vida ya no sale, pero conserva la ropa. Junto a ellas, Mercedes Cruzada se ponía de puntillas para fotografiar a los nazarenos negros ante la ojiva, testimonio de la promesa que cumple desde hace casi una década. Con su marido, Enrique Agudo, llegó de Segura de León (Badajoz), el pueblo desde donde su hija vino hace años a estudiar Bellas Artes y vivir en un piso en la barriada del Cerezo. Un día, cuando Mercedes caminaba hacia esa casa por Feria, rezó ante la Virgen de Gracia y Esperanza, porque a su marido le habían detectado un tumor. Fue benigno y el Martes Santo se fijó en sus agendas. Ayer la emoción no fue menos.

A la salida del Cristo, una brisa sacudía los jaramagos junto al campanario y el sol lamió el dorado del paso antes de que franqueara, imponente, el dintel, no sin problemas, porque en el primer intento la Cruz no descendió todo lo necesario. Los costaleros de la Virgen echaron otro año las rodillas a tierra entre murmullos de admiración antes de enfilar hacia Correiduría, suavemente, entre los naranjos.

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