Cofradias

Un vía crucis para el gozo

  • Como las 14 estaciones de este piadoso ejercicio a continuación le damos 14 consejos para que disfrute al máximo de la Semana Santa y no la convierta en una auténtica penitencia para usted y terceros.

El coche. Deje su automóvil en casa esta semana. Si vive cerca de una parada de la línea 1 de Metro no dude en subirse en ella. Le dejará en la Puerta de Jerez, a escasos metros del corazón de la fiesta. Incluso le puede servir para acercarse a ver la salida o entrada de algunas cofradías como la Paz, el Cerro, los Estudiantes y las Cigarreras, que quedan a corta distancia de algunas paradas. Si esta opción no fuera posible, utilice el autobús urbano. Si no tiene más remedio que usar el coche, meterse con él en el centro de la ciudad es una temeridad. Déjelo en los aparcamientos que quedan fuera de la ronda histórica y desplácese hasta el casco antiguo en las líneas de Tussam. La humildad y paciencia son virtudes que flaquean tras horas de espera y agobio al volante.

Los globos. Si su hijo se pone pesado y se encapricha con un globo de Bob Esponja sea consciente de que al secundar sus deseos limitará la capacidad de acercamiento a las cofradías, ya que el objeto de regalo suele entorpecer la visión de los espectadores y, sobre todo, la de los fotógrafos con escalera de aluminio y equipaje de safari. Piénselo dos veces antes de comprarlo.

Montaditos. Ante la desaparición paulatina de la tapa en estos días y el establecimiento dictatorial de la ración y la media ración en los bares, un montadito (bocadillo pequeño con supuesto surtido variado en su interior) puede socorrer en gran medida el hambre feroz que se despierta a ciertas horas. De todas formas tenga cuidado antes de engullirlo. Hay algunos ejemplares en los que su interior se asemeja al aspecto de los templos tras salir la cofradía: con poco o casi nada dentro. Que no se queden con su bolsillo (Por cierto, desconfíen de los que se denominan pringá de La Algaba, ni un parecido con los auténticos).

El carrito. Es un clásico. Una familia entera dispuesta a disfrutar del primer día de la Semana Santa. Estampa entrañable que pierde el calificativo cuando padres, hijos y vehículo doméstico comienzan a ganar terreno en calles estrechas. Este útil medio de transporte debe quedar limitado para avenidas anchas o enclaves abiertos como los parques. En caso contrario, puede poner en peligro la integridad de miles de tobillos.

En el balcón. Ante todo discreción. Si usted lo tiene alquilado o lo disfruta en propiedad no olvide adornarlo estos días con una colgadura burdeos confeccionada con una tela (damasco o terciopelo) de la mayor calidad posible (la fibra aquí se deja para alivios estomacales). Tampoco sea excesivo con el exorno. En este caso la sencillez es síntoma de elegancia. No caiga en la tentación de incluir flores o bordados cual procesión veraniega de municipio relativamente cercano. Lo más recomendable es colocar la palma -mejor aún si es rizada- del Domingo de Ramos: el mejor símbolo de esta celebración.

En el balcón II. Cuando pase la cofradía no haga un uso ostentoso de su privilegiada ubicación. No salude a diestro y siniestro para que el resto de los mortales se percaten de su elevada presencia. Mantenga la compostura y, por supuesto, olvídese de sacar a la vista pública viandas o bebidas alcohólicas, incluidas aquéllas que se sirven en copa de balón. La vanidad es una tentación frecuente en estos días.

Móviles. Las nuevas tecnologías hace tiempo que llegaron a la Semana Santa. Y es comprensible y útil su uso. Pero eso sí, tenga en cuenta que el tiempo que emplea en grabar un sonido o una imagen es el mismo que pierde en embriagarse de ese momento del que quiere dejar testimonio por los siglos de los siglos. (Ni que decir tiene que ha de mantenerlo en modo "silencio"). Youtube, whatsshap y redes sociales están muy bien para informar al instante de lo que ocurre en las calles de Sevilla, pero puede que su uso constante le haga perderse las mil y una sensaciones de lo que pasa por delante de sus ojos. Cuestión de sopesar si merece la pena.

Indumentaria. La estética es parte fundamental de esta fiesta, de ahí que antes de salir de casa sea recomendable una inspección ocular delante de su espejo. El canon predominante es el clásico, lo cual no conlleva a que su chaqueta sea digna de análisis por el IAPH. La discreción, como en todo, debe ser el fundamento básico a la hora de echarse a la calle. Especial atención requiere el calzado, sobre todo en el caso de las mujeres. Descarten el tacón de aguja y háganse con un zapato cómodo, pero elegante. Las adolescentes que estrenan Semana Santa sin la vigilancia de los padres deben ser conscientes de que las minifaldas son incómodas cuando a las pocas horas acaben sentadas en el bordillo de las aceras. Los más jóvenes han de olvidarse por unos días del estereotipo de futbolista metrosexual. Esas chaquetas imposibles chirrían en la bulla como las velas rizadas en un palio de cajón.

Pontificadores. Aléjese de esos doctores de la Iglesia que se multiplican estos días al igual que los panes y los peces. Son expertos en aplicar normas inamovibles que sólo existen en un subconsciente repleto de pregones frustrados y ripios almibarados. No opinan, sentencian, y todo lo que ven y oyen (lo de sentir en ellos es relativo) pasa por un filtro reglamentario que reduce esta fiesta a una celebración ortodoxa sin lugar a la improvisación. A esta especie pertenece el pesado de turno que se le pone al lado indicándole cada uno de los detalles de un paso en una demostración de alarde cofradiero de escogidas palabras. Mejor estar solo que en semejante compañía. Mucho mejor.

Grupos. La esencia de la Semana Santa se basa en una comunicación entre el espectador y la sagrada imagen contemplada que agita -o debería hacerlo- su espiritualidad. Si decide ir con un grupo numeroso, pocos momentos como éstos podrá vivir, ya que habrá de obedecer el gusto imperante de la masa y tendrá complicado avanzar en la bulla o entrar en un bar. Lo mejor son grupos reducidos (no más de tres) o solo. No le hace falta más compañía que la de sus sentidos.

Espera. Hay cofradías en las que, por su extensión, es mejor ir a buscar los pasos intentando perturbar a los nazarenos lo mínimo posible. En otras merece la pena ver todo el cortejo. Haga el mínimo uso de la silla plegable. Si por cuestiones de edad o indisposición no tuviera más remedio que utilizarla, ubíquese en zonas amplias y en un lugar que no impida la circulación del resto de cofrades. En este punto es necesario recordar que el estar dos horas esperando a una cofradía no da ningún derecho a no franquear el paso al resto de personas (sobre todo si no existe valla que lo impida). La Semana Santa es puro movimiento y si no le gusta la bulla, ya sabe, en las teles locales hay magníficas trasmisiones.

El fútbol. Sabedores de que el Lunes Santo el Sevilla juega en su campo contra el Mallorca es necesario advertir que si es aficionado blanquirrojo y está viendo cofradías deberá seguir la radiación de forma discreta; esto es, procure demostrar con moderación su euforia por un gol al contrario y muérdase la lengua cuando es el equipo visitante el que marque en su portería. Conceda el perdón al árbitro. Los del otro equipo de la ciudad absténganse de mofas en caso de resultado negativo.

El Viernes Santo. No todo está acabado. Quedan aún horas de disfrute para los paladares más exquisitos. La tarde es romántica, como el alma de muchos sevillanos cuando una esquila anuncia por Bustos Tavera que esto se termina. Las postrimerías de Valdés Leal habitan la ciudad. Delicioso Tempus Fugit. Ya habrá ocasión para descansar en la playa.

Carpe Diem. Dentro de una semana, cuando aún suenen ecos de tambores por Santa Marina, todo se habrá consumado. Quedará un epílogo con la misa del azahar del Silencio y el besapié del Cachorro. Después, la nada y esa cuenta atrás en la que de nuevo habrá que colocar tres cifras. Hasta entonces apure cada instante de esta fiesta para que, llegada la Pascua, sea la memoria más grata la que resucite en su recuerdo.

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