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Consumo

Sacramento y barra libre

  • Hemos vivido estos últimos años con desmesura la dimensión social de los sacramentos.

FRANCISCO CORREAL

Periodista

"Casémonos pronto, muy pronto, el mes que viene", le dice Montgomery Clift a Olivia de Havilland en la película La heredera, de William Wyler. La pusieron la otra noche por televisión y me quedé con la frase. Casémonos pronto, muy pronto. Tengo un amigo taxista que me contó que una sobrina y su novio habían contratado con un año de antelación el convite posterior a su boda en la hacienda La Boticaria, la misma en la que se hospedó Muammar el Gadaffi. Tuvieron que pagar el equivalente a un millón de pesetas en concepto de fianza. Pocos meses antes del enlace, se produjo el desenlace, que a diferencia de la secuencia teatral llegó antes que el nudo. Desavenencias sentimentales de la pareja les llevaron a anular su futuro contrato matrimonial. Lo que el hombre (y la mujer) han separado, no lo une ni Dios. Pero como si el Todopoderoso se atrincherase en una insólita guarida, la desunión del convite era más complicada. Podrían anular su celebración, mas sin recuperar el dinero adelantado en concepto de reserva. Ése sí que no lo separa (de su destinatario) ni Dios.

La anécdota, real como la vida misma, es indicativa de la desmesura con la que hemos vivido estos últimos años la dimensión social de los sacramentos. La BBC, bautizos, bodas y comuniones, dicho en el argot de los sufridos fotógrafos que se han especializado en este tipo de convocatorias sociales. Curiosamente, yo cubrí periodísticamente una boda grabada por la BBC, la cadena británica, en la iglesia de la Veracruz, que se incluyó en un programa con guión del hispanista Ian Gibson. La BBC, a cambio de meter sus cámaras en la iglesia y contar la historia, les financió a los novios su luna de miel. La sociedad española se adentró en una cultura apariencial. En las antípodas de aquel anhelo de Juan Belmonte, que presumía de no haber asistido a su boda (se casó por poderes con la limeña a la que conoció en una de sus temporadas en América) y soñaba con no hacerlo ni a su propio entierro.

Es posible que la crisis nos devuelva a unos territorios de sensatez, de moderación celebrante y, por lo que a los curas respecta, concelebrante. Los delirios de grandeza de este frágil estado del bienestar supusieron subir un peldaño el escalafón de los privilegios: los bautizos eran comuniones; las comuniones, bodas; y las bodas, en buena parte de los casos, separaciones, que ya hay empresas de ocio especializadas en celebrarlas. "Separémonos pronto, muy pronto, el mes que viene". En su libro Para que tu matrimonio dure, el jesuita Rafael Navarrete ofrece unos datos del Instituto Nacional de Estadística: de 1988 a 1992 se reconocieron jurídicamente en España 306.955 casos de separaciones, divorcios y nulidades. Multipliquemos esa cifra por cien invitados de media a cada uno de esos enlaces civiles o religiosos y nos salen más de treinta millones de cubiertos desaprovechados. Que les quiten lo bailao, dirán los invitados. Pero un país sacudido por una crisis tan galopante e imprevisible como la actual no le haría ascos a recuperar el dineral derrochado en esos "agasapes" (Pepe Guzmán dixit) impugnados por el tiempo.

Los recién nacidos eran ascendidos a marineritos comulgantes; los niños de comunión apeados de los juegos propios de su edad para ser artífices involuntarios de unos simulacros de bodorrios primaverales, ensayos de las propias bodas que convertían los aledaños de las iglesias y de los autobuses de los invitados en platós de figurantes de películas de época. ¡Qué no daría un responsable de vestuario de la película más laureada por hacerse con esos trajes inverosímiles, esas pamelas ramonianas, chaqués de epígonos del Padrino, tocados más turbados que turbantes!

Era como una educación sentimental por imperativo categórico. Así será tu boda, niño. Que en muchos casos, por el puro artificio de una relación sociológica con los usos religiosos, no era sino una segunda comunión: la segunda vez que el cónyuge recibía el pan transfigurado. El rockero Silvio siempre se hizo acompañar de diferentes denominaciones: Silvio y Luzbel, Silvio y Sacramento, Silvio y Barra Libre, finalmente Silvio y los Diplomáticos. Sacramento y Barra Libre, que coinciden con el esplendor de su Fantasía Occidental, su ecumenismo entre Adriano Celentano y las Esperanzas de Triana y Macarena, forman el binomio perfecto para retratar el estado de la cuestión: Sacramento y Barra Libre.

La evolución de los sacramentos es una precisa y preciosa herramienta del tránsito de la persona por este mundo. Desde el bautismo a la extremaunción. Si los despojamos de la carga religiosa (imposible: Durkheim nos enseñaba que re-ligare es el aprendizaje para vincularnos con el mundo), constituyen un medio para insertar al individuo en el medio social. Desde la cuna a la tumba, como quien dice, ese viaje del alfa al omega. Ese palimpsesto de la propia vida le da larga vida, valga la redundancia, al invento. Pertenezco a un oficio de descreídos muy creídos entre los que abundan quienes se apartaron de la religión oficial y para no perder la senda del sacramento acudieron a curas con reputación de estar sentados a la izquierda del Padre para que los casaran o les administraran la primera comunión a sus hijos. Sacerdotes como Diamantino García, el histórico párroco de Los Corrales, o José Chamizo, defensor del Pueblo Andaluz, hicieron de curas de guardia para estas curas espirituales de estos usos y costumbres no se verán muy afectados por la crisis. Es probable que la invitada recurra a la misma pamela y no renueve su vestuario. O hará como ese personaje de Proust que siempre sorprendía en todas las recepciones de la nobleza. No vestía a la última con esos modelos tan exóticos: lo que ocurre es que no tiraba nada. Cuesta casarse y cuesta separarse. El amor saldrá ganando. Por puro interés. Vivan los novios. Casémonos pronto, muy pronto, antes de que revisen el euríbor y nos obligue a celebrar una segunda comunión de tercera división.

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