Copa del Rey

CATARSIS Y FIRME DESEO

  • De Primera. El undécimo ascenso se funde con el sentimiento bético de liberación surgido tras el 15-J y nace con el decidido propósito de ser el primer cimiento para no repetirse jamás

EL undécimo ascenso de la historia del Betis asoma como los diez anteriores, con la firme intención de convertirse en el último. Porque tras la alegría que lleva aparejada cada regreso a la máxima categoría del balompié nacional se esconde un descenso. En el que nos ocupa, además, no se trata de un batacazo cualquiera, sino de uno de los más ominosos en los ciento cuatro años de historia del Real Betis Balompié. Quizá por ello, y por la contumacia con la que se lo demuestra ciclícamente su entreverado caminar, la entidad verdiblanca haya entendido que nada le garantiza su permanencia en la élite.

Un equipo que disputó la Liga de Campeones y fue campeón de la Copa del Rey en 2005 se descompuso hasta el punto de caer a los avernos de los que ahora resurge cuatro años después. En el 77 ocurrió algo similar pero de efecto más inmediato, pues el campeón de Copa descendió la temporada siguiente. También en 2000 bajó tras haber disputado sólo tres años antes una final copera frente al Barcelona que a punto estuvo de ganar. Han sido quizá demasiados los vaivenes que han trufado la singladura de uno de los grandes del fútbol español, cuya historia jalonan tres títulos y lo convierten, además, en uno de los selectos nueve clubes que han conquistado el título de Liga en Primera División.

Quizá por ello haya llegado el momento de que el Betis recapacite. Tras los dos últimos ascensos, el equipo se convirtió en la sensación en la máxima categoría. Primero, en la temporada 94-95, de la mano de Lorenzo Serra; luego, en la 01-02, con Juande Ramos a los mandos. En ambas ocasiones logró clasificarse para la Copa de la UEFA. Pero no debe ser ése ahora su objetivo. El Betis debe dotarse de estructuras y cimentar bien su base para que la dudosa gloria que hoy celebra no se repita, al menos en los cien años venideros.

Porque clubes con posibilidades similares a las suyas, léase Sevilla, Valencia, Atlético de Madrid, Espanyol o Athletic, apenas descienden o no lo han hecho nunca, caso del vizcaíno. Y otros como Real Sociedad y Zaragoza se despeñan con menos frecuencia. Por ahí, por la base de la consolidación, debe hallar el Betis de una vez su sitio, más allá de éxitos efímeros y que, en ocasiones, llegan más fruto de la casualidad que en respuesta a un trabajo serio y coherente.

Pero, históricamente, el talón de Aquiles de la entidad heliopolitana ha residido en sus dirigentes. Y por ahí se explica ese estatus como club tan distante del que por potencial debería atesorar. Sin ir más lejos, con Manuel Ruiz de Lopera conoció dos descensos y en ambos casos con plantillas confeccionadas, en la teoría, para aspirar a los seis primeros puestos de la clasificación.

Imbricado con esa percepción de que la clase ejecutiva ha maltratado sistemáticamente al estandarte más firme de la entidad, su afición, este undécimo ascenso asoma de igual manera como el de la liberación. La llegada de Rafael Gordillo a la presidencia, acompañado de gente responsable y universitaria en la planta noble e, incluso, de administradores judiciales y concursales ha obrado como bálsamo para el beticismo. Los béticos se sienten seguros, duermen abrigados por la manta de la honradez y apenas centran ya sus fuerzas en dar alas a su equipo. Porque ésa y no otra debe ser la principal misión de una afición: llevar en volandas a sus futbolistas. Ahí radica la razón de ser del hincha por más que el fútbol se haya ido enrevesando año a año hasta convertirse en un fenómeno de masas cada día más irreversible.

Y sí, el beticismo se ha liberado. No hay quien confunda este ascenso con un título, ni siquiera con esas noches de embelesada embriaguez en Plaza Nueva al conjuro de alguna brillante clasificación europea. Pero sí puede colegirse que en esta fiesta que los béticos celebran desde ayer se funden el éxito deportivo, por modesto que éste sea, y una especie de 15-J de efecto multiplicador. Porque nadie olvide que cuando el bético se echó a la calle en número aproximado de 50.000 para decirle un no mayúsculo a su azote de las dos últimas décadas fue fruto del enésimo desencanto producido por este último descenso.

Hoy, casi dos años después, el Betis es nuevamente de Primera. Y, por un período de tiempo más o menos largo, libre. Y al bético le pone lo mismo lo uno como lo otro. De ahí esa catarsis colectiva que lo traslada hoy al gozo.

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