NO hay mejor aval para un delantero centro que el gol, y Jorge Molina los marcó a manojitos la pasada temporada en el Elche. Nada menos que 26 en sus 39 partidos, pues sólo se perdió tres encuentros en esas interminables campañas que son hoy día las de Segunda A. Por eso acabó como máximo goleador, y por eso le llegaron ofertas para ver cumplido su sueño de debutar, ya con 28 años, en Primera. Pero tan convencido estaba el alcoyano de que lo haría con 29 en el Betis, que prefirió aceptar la oferta del club verdiblanco a pesar del inconveniente, no minúsculo, de permanecer en la categoría de plata al menos una temporada más. Su fe y esperanza en el proyecto bético han encontrado la respuesta, y algo ha tenido que ver su aportación sobre la hierba.

Seguramente, Molina no va a acabar de nuevo el campeonato como máximo realizador. Ni siquiera será el mejor goleador del Betis, honor que ostentará Rubén Castro. Pero le dará igual, porque ya tiene lo que buscaba: un hueco en la Liga de las Estrellas para demostrar, como ya hizo en la eliminatoria copera ante una gran defensa como es la del Barcelona, que es todo un delantero centro de Primera. Un ariete de una pieza que sabe arrastrar a los marcadores para abrir pasillos a los compañeros, que se ofrece de espaldas para tirar paredes y que remata de mil maneras.