Copa del Rey

bético por vía filial

  • Sobresaliente. Mel inculcó su sentimiento bético al equipo, lo alejó del sucio ambiente institucional y lo unió en torno a Miki Roqué, amén de darle un fútbol ofensivo y ganador

PEPE Mel vive su segundo ascenso con el Betis. Aunque diferente, su cuota de protagonismo en ambos se antoja decisiva. Si en la temporada 89-90 fue clave con sus 23 goles (máximo anotador de la categoría), uno de ellos en el partido que supuso el ascenso en la penúltima jornada (1-1, frente al Sabadell, en Heliópolis), en la presente se ha erigido desde el banquillo como el baluarte de tan rápido retorno a la categoría perdida hace dos años.

La historia de Mel es un poco la de uno de tantos forasteros que se hacen béticos tras pasar por Sevilla y, en su caso concreto, por el Betis. Aunque, incluso, de él cabría decir que nació con alma de bético, o la asumió por mor de esa hija única, Iris, a la que siendo una cría un aficionado le abrió involuntariamente una brecha en la cara al lanzar un objeto desde otra parte de la grada de Preferencia que, lógicamente, no iba dirigido a la pequeña, que asistía al partido en brazos de Rosa, su madre.

Porque si el pasado y el presente del Mel futbolista-entrenador se explican fácilmente con el argumento de ese hilo bético indeleble desde que en el verano del 89 dejase Castellón, equipo en el que militaba cedido por el Real Madrid, la fortaleza mental de Pepe persona difícilmente se comprende sin su inseparable esposa. Porque en Rosa ha hallado el complemento perfecto, la compañera ideal para entender una vida plagada de traslados, viajes, sinsabores, como aquella, por fortuna, efímera estancia en Tenerife en 2001 en la que la hija de ambos debía pagar en el colegio los platos supuestamente rotos por su padre sobre el césped.

En esa fuerza psíquica que ha ido adquiriendo, en su vasta cultura general, en su cercanía lejos de cualquier divismo; en suma, en su natural personalidad es donde se asientan las virtudes que lo han llevado a triunfar de pleno con un Betis del que muchos recelaban cuando los calores de julio de forma análoga a como ocurría con él mismo.

Pero Mel puso en práctica sus dotes de psicólogo para, ayudado por Roberto Ríos y Jesús Paredes, aislar a la plantilla de la fuente de aquellas dudas, que más allá de la capacidad de los profesionales se sustentaba en el crispado entorno institucional que los envolvía. Posteriormente, se incorporaría al equipo Patricia Ramírez, la psicóloga más cercana que se recuerda a un equipo y vital posteriormente, sobre todo a raíz de conocerse la enfermedad que sufre el joven Miki Roqué.

Ha hecho equipo Mel. Y ésa es la principal cualidad de un equipo: que lo sea, que los intereses colectivos primen sobre los individuales. Hoy, todo se antoja sencillo. ¿Pero alguien se ha parado a pensar cómo es posible que los egos de Emana, Rubén Castro y Jorge Molina ni siquiera hayan asomado puntualmente en momento alguno de la temporada? ¿O cómo Arzu ha aceptado un rol secundario en favor, por ejemplo, de Beñat?

Si la responsabilidad de un entrenador es la de comandar un vestuario, la temporada del Betis ha mostrado de forma diáfana que en Mel ha hallado el mejor jefe posible.

En el apartado social, la relación de Mel con los medios de comunicación, basada siempre en un mensaje coherente, sin apenas alharacas, ha resultado igualmente modélica y beneficiosa para la plantilla y el club. Los entrenadores, comúnmente, son fuente de polémicas que acaban pasando factura y Mel no sólo no las ha propiciado sino que ha sabido huir de ellas.

De ese talante conciliador y servicial también da fe su pluriempleo en pretemporada, dando la cara por el club en las presentaciones de los futbolistas. El madrileño ha evidenciado que no se le caen los anillos y que aterrizó en Heliópolis para servir al Betis. Ni siquiera el pequeño rifirrafe verbal mantenido con la cúpula del club a raíz de la polémica suscitada por las cifras de su contrato puede afear el afable carácter de un ganador.

Porque, eso sí, deportivamente, ha sido un técnico que apenas ha dado un paso atrás. Su apuesta por la cantera desde que se hizo cargo del equipo ha resultado tan pura como efectiva y su envite por un fútbol vistoso y ofensivo no ha podido revelarse como más ganador. Alternando de forma brillante el 4-4-2, su dibujo fetiche, con el 4-3-3, el Betis de Mel ha sido reconocible en las victorias y en las derrotas. Siempre supo el bético a qué jugaba su equipo y se sintió orgulloso de su fútbol y de su entrenador, un hombre al que ha acogido como lo que es, uno de los suyos, y cuyo nombre corea al unísono cada tarde en Heliópolis de manera similar a cómo lo hacía veinte años atrás cuando los goles del madrileño labraban aquel otro ascenso que daría lustre como entrenador a quien también ya lo consiguiera también con los borceguíes calzados, Julio Cardeñosa. "No diga gol, diga Mel", rezaba esa vieja ocurrencia divertida que hoy podría rezar: "No diga ascenso, diga Mel".

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