Copa del Rey

El maestro en la cátedra del buen humor

  • Se fue hace unos meses y hubiese sido el hombre más feliz en el duelo que enfrenta a los dos clubes de su alma. Jugó finales con ambos, pero sólo las ganó de colchonero

FÚTBOL de picardía, sonrisa de sinceridad. Si alguien podía ser hoy la persona más feliz del mundo, de éste y de ése que no conocemos, es este coriano que no tendría el corazón dividido, porque jamás se sintió otra cosa que no fuera sevillista, sino contento, siempre contento. Manuel Ruiz Sosa disputó finales con el Sevilla y con el Atlético. Las ganó de colchonero, aunque jugó en el único equipo que le hacía frente al Real Madrid de Di Stéfano y en el primer Sevilla que disputó la Copa de Europa. Un libro abierto y siempre dispuesto a compartir su sabiduría futbolística con los más jóvenes, enseñó en todas sus etapas en el club de Nervión que todo podía alcanzarse con optimismo y un talante conciliador, alejado de las tensiones y más cerca de las bromas y el buen ambiente. Quizá puede decirse -y sin quizá también- que el que mejor captó su filosofía de dirección es quien adiestra hoy al primer equipo del Sevilla, Antonio Álvarez. El difícil arte de manejarse con diplomacia dentro de la complicidad en un mundo en el que casi es un suicidio ir a pecho descubierto. Un lujo de maestro.

amigo de sus amigos

Se fue el pasado mes de diciembre como era su fútbol allá en los años 60, rápido y escurridizo, pero también rotundo y arrollador. Hubiera sido el perfecto embajador en la final, capaz de interactuar en ambas direcciones. Ruiz Sosa era alguien en el Sevilla, pero también era alguien en el Atlético. E hizo amigos, muchos amigos, algunos de ellos inseparables: Achúcarro, Luis Aragonés, Rosendo Cabezas…

Nació en 1937 en esa patria milagrosa en la que una barca y un balón eran el catecismo que se estudiaba en los colegios. Allí, en Coria, jugó en un equipo que se llama Plazoleta -¿cabe más solera en la cuna de un futbolista?-, en los juveniles del Coria llamó la atención del Sevilla y poco tardó en viajar por la ribera del Guadalquivir hasta la capital. En 1956 hizo una gira veraniega con el primer equipo por Francia y Suiza y ahí inició su carrera. Jugó tres partidos de Liga ese año y tras una fugaz cesión al Coria, se hizo ya un fijo al año siguiente, en la temporada 57-58, de la mano de Satur Grech y Diego Villalonga. Una campaña de contrastes que le cupo el honor de ver al Sevilla en la Copa de Europa por el doblete del Real Madrid, que fue precisamente el que acabó de forma abrupta con el primer sueño europeo del club.

Ruiz Sosa jugó ocho años en el Sevilla, siendo siempre una pieza clave en el centro del campo combinando habilidad y casta. Una lesión grave en la rodilla lo apartó de los terrenos de juego después de haber disfrutado de grandes logros. En el Sevilla perdió una final de Copa ante el Madrid, en el 62, pero tras su marcha al Atlético saboreó las mieles del éxito completo con un título de Liga (65-66) y otro de Copa (65). Como internacional también tuvo una andadura con la brillantez que puede dar un debut nada menos que en Wembley contra Inglaterra. Jugó cinco partidos con la selección absoluta.

Su trabajo cuando tuvo que cruzar la línea de banda para vivir el fútbol desde fuera fue, como desde dentro, ejemplar. Y ahí fue acumulando un montón de anécdotas que dibujaron la figura de un hombre que desprendía vitalidad y alegría en el grupo con el que entraba en contacto. Como entrenador del Oviedo fue famosa y aún es muy recordada su reacción ante la insistente pregunta de su extremo izquierdo, Javier, que en un partido se llevó gran parte de la segunda mitad queriendo saber cuánto quedaba para el final. Ruiz Sosa, harto de la actitud de su fútbolista, se quitó el reloj y se lo tiró al terreno de juego. "Míralo tú", le espetó.

Fue segundo entrenador de técnicos como Luis Aragonés o el portugués Toni, dirigió en la cantera y fue miembro de la secretaría técnica hasta prácticamente el día de su adiós.

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