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Centauros y creaciones léxicas: 'Abracalabra'

Estatua de un centauro en Pompeya.

Estatua de un centauro en Pompeya. / Pixaby

Desde la antigüedad clásica, los pensadores han jugado con la imaginación y nos han legado una infinidad de criaturas fantásticas, surgidas de la fusión de elementos en apariencia dispares. Seres híbridos nacidos de una voluntad combinatoria y revolucionaria. Una forma de rebelarse contra unos esquemas rígidos de composición, transmitidos a lo largo de los siglos.

Afortunadamente, los seres humanos siempre nos hemos empeñado en crear nuevas realidades y, para ello, nada mejor que la literatura. Sin mucho esfuerzo intelectual, todos recordamos algunos seres mitológicos como el fauno (mitad cuerpo de hombre y parte superior de chivo); los centauros (híbridos violentos, mitad hombre y mitad caballo) o las aventuras del minotauro en el laberinto de Cnossos. Al fin y al cabo, estos personajes de ficción nos rescatan de la monotonía y la rutina del día a día y nos alertan de la importancia del ingenio en la reinterpretación de la realidad.

Nuestro entorno va cambiando y, como consecuencia, surgen palabras insólitas para responder a las necesidades del presente. En este punto, debemos mencionar uno de los mecanismos de formación de palabras más productivos y novedosos en la actualidad: la creación de términos mediante la unión de fragmentos de varias voces (acronimia). Al igual que en la mitología clásica, los hablantes optan por un sentido lúdico en el uso de la lengua y buscan nuevas formas de expresión. 

Este juego léxico no es del agrado de muchos puristas de la lengua, pero, con un poco de agua, todo se pasa (si está fresquita mejor). Pues bien, el diccionario académico ya ha aceptado algunos términos como amigovio (‘persona que mantiene con otra una relación de menor compromiso formal que un noviazgo’) o la validez de ciertos neologismos como listículo, para referirnos a párrafos breves y típicos en la escritura digital, muy útiles para estructurar la información de manera clara y nítida.

Estos vocablos híbridos los encontramos por doquier y, en muchos casos, su presencia ya no sorprende a los hablantes de español. Por ejemplo, el moderno término ofimática (de oficina e informática); el juvenil y siempre soñado juernes (de la fusión de jueves y viernes); el cada vez menos sorprendente, y un poco cansino en el sur, veroño (del cruce de verano y otoño) o las ya anunciadas a bombo y platillo (e invisibles por el momento) electrolineras (a partir de electricidad y gasolinera).

No sé si somos conscientes de la productividad de este mecanismo de formación de palabras, pero, poco a poco, va conquistando nuestros hábitos cotidianos. Así, nos cruzamos en las calles con algún viejoven, ataviado con una indumentaria elegante de madurez impostada; las empresas nos obligan a periodos de trabacaciones, atrincherados debajo de la sombrilla con la nevera repleta de tentadores botellines y filetes empanados; por nuestro cumpleaños la suegra nos regala un esponjoso esquijama con dibujos infantiles y, cómo no, nuestro asesor personal del banco nos llama a menudo para recordarnos que no se nos ocurra pasarnos por la caja porque no nos va a atender ni el Tato. Por lo visto, a esa hipermoderna desatención la llaman digilosofía. ¡Qué arte más grande!

¿Se puede superar?

Como suelo repetir en Con la lengua suelta: 60 secretos del español correcto, ni lo intentes, querido lector. Sigue mi consejo: si no puedes con el enemigo, alíate con él. Serás más feliz y disfrutarás con algunas creaciones bastante curiosas y originales. Una de ellas es el famoso tramabús, como medio para hundir la reputación del enemigo político. O la siempre afición de los medios por dibujar un horizonte vital de optimismo y bienestar con la voz flurona (combinación de gripe y covid-19) o por inmiscuirse en la vida privada de los hombres con términos como bromance (amistad masculina sin connotaciones sexuales). 

Por último, no olvidemos el concepto del tranquiler, voceado por las dadivosas empresas inmobiliarias para atraer la atención de los propietarios con la promesa de "¡Cobraréis sin falta al final de mes!"; ni tampoco el ambiente de infoxicación o sobrecarga de datos y noticias que envuelve al ciudadano en el siglo XXI o, en otros contextos, la acumulación de residuos en los entornos naturales a nivel glocal que, si nadie lo remedia, acabará por romper el equilibrio natural de nuestros ecosistemas (basuraleza).

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