Síndrome expresivo 33

La escuela del 'copipega': Plagio, luego existo

René Descartes René Descartes

René Descartes

Esta sentencia cartesiana representa la solidez del pensamiento moderno, expresado por los alumnos en cada uno de los trabajos de supuesta investigación propuestos en el aula. De este modo, la metodología del copista constituye uno de los pilares del aprendizaje en el siglo XXI, donde el adolescente se plantea como única verdad demostrable la capacidad del ser humano de plagiar y hacer pasar como propio el conocimiento ajeno. Hoy en día, se impone una serie de imperativos categóricos que cualquier adolescente un poco avispado cumple a rajatabla: copia que no pasa nada; corta y pega sin ningún tipo de filtro ni cortapisa; teclea en el buscador una palabra clave y arrasa con el contenido ajeno.

Como consecuencia, la escuela del copipega rompe con la escasa tradición de la creatividad expresiva en nuestras aulas. Desde los primeros ejercicios de composición de reflexiones personales a partir de un tema concreto, el alumno se erige en un intrépido navegante por las primeras entradas propuestas por el buscador al uso para ir señalando con el ratón los párrafos en apariencia más sesudos. Solo una lectura superficial es suficiente al novato investigador para validar la veracidad de los argumentos expuestos en el primer blog patrocinado por una conocida marca de telefonía móvil. "No debemos perder el tiempo con valoraciones personales y análisis contrastados. ¡Que inventen ellos!", piensa con convicción ante el desafío intelectual.

En la historia del aprendizaje de la escritura son famosas las imágenes de los copistas, escribas o amanuenses medievales en pleno esfuerzo por mantener la fidelidad del texto manuscrito. En esa época, el oficio de la expresión escrita gozaba de un respeto casi sagrado por parte de la población. Así, se veneraba el poder de análisis y reflexión a través de la palabra, en un ejercicio que permitía al ser humano desarrollar todas las capacidades relacionadas con la inteligencia. Rigor y originalidad, respeto y alabanza a las fuentes, eran los principios que guiaban al inexperto alumno en su camino hacia la sabiduría.

Sin embargo, la era de internet ha supuesto un cambio radical en los planteamientos educativos posmodernos. Ahora, cualquier hijo de vecino puede presentar un estudio interdisciplinar, monografía o análisis comparativo, en apariencia fundamentado, a golpe de clic. Ya ni siquiera debe esforzarse en disimular la copia con el cambio de alguna palabra o expresión, ya que cuenta con modernas aplicaciones que adaptan los términos del texto original y, de este modo, hacen indetectable el copipega para los programas antiplagio.

Asediados por el saqueo descarado y el pillaje de la inteligencia ajena, los profesores nos vemos abocados a la lectura de textos con las siguientes características generales:

  • Cambios abruptos en el estilo de redacción, producto del corta y pega directo de diversos textos originales. Creo que a esa habilidad la llaman "riqueza en la creación del discurso".
  • Trabajos con un número de páginas inabarcables, ya que el alumno piensa que la futura calificación será proporcional al número de páginas copiadas con descaro. Tengo entendido que esta forma de aprendizaje se conoce como "saber enciclopédico".
  • Afirmaciones y pasajes con un vocabulario que, ni en sus mejores sueños, podrá dominar el alumno. Es curioso que, cuando el profesor interroga al titular del estudio sobre tal o cual aseveración, el interpelado responde sin rubor: "No lo sé: venía en una página de internet". ¿Son para comérselos o no?

¿Se puede superar?

La nueva cultura de organizar las asignaturas en torno a monografías y estudios de investigación ha generado una floreciente industria del plagio y del "copia hasta la muerte". En más ocasiones de las deseadas, los alumnos (y venerables padres) demandan a los profesores "un trabajito" para superar una asignatura sin excesivas complicaciones. Por supuesto, si al titular de la materia se le ocurre diseñar un verdadero proyecto de investigación, sufrirá las represalias del docto oponente y el escarnio público en el grupo de WhatsApp de la clase.

"¡Sigamos a Descartes!", claman los estudiantes ávidos de desconocimiento. "¡Plagio, luego apruebo!", celebran los recién graduados en las playas de Ibiza. "Mi niño me copia bien, Mari", presume orgullosa la mamá de Paquito. Con la mano en el corazón, no creo que este síndrome expresivo pueda desaparecer de los centros educativos durante los próximos años o décadas. Tal vez, solo nos quede como terapia de choque la planificación de trabajos de reflexión (por ejemplo, conclusiones ante un tema concreto) y la exposición oral pública, donde pueda establecerse un diálogo entre profesor y alumno.

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