De libros

Arte y combate

En 2016, Uzcanga Meinecke recogía en La eternidad de un día una importante muestra del periodismo alemán desde primeros del XIX a la entreguerra europea. Ahora es una selección de artículos de Egon Erwin Kisch, uno de aquellos antologados, lo que se nos ofrece bajo el significativo lema de Nada es más asombroso que la verdad. Y es significativo por una doble razón: tanto por la imposible, por la inocente objetividad que Kisch quiso imprimir a sus reportajes; como por el carácter de hallazgo, de descubrimiento, que el periodista otorga a la verdad.

Este modo problemático, cifrado, de entender la realidad no es, sin embargo, una peculiaridad de Kisch. Buena parte de sus amigos y contertulios (Leo Perutz, Hugo von Hofmannsthal, Gustav Meyrink), construirán su obra en torno a este carácter huidizo, a esta naturaleza delirante de la realidad, en cuyo fondo yace la verdad como una musa deforme o postergada. ¿Por qué ocurre esto, sin embargo? Kisch lo explica en un artículo donde defiende la pertinencia, la validez, la naturaleza moderna del reportaje frente a la novela. Después de la Gran Guerra, dice Kisch, "todos los conflictos de las novelas resultan insignificantes en comparación con la monstruosidad de lo vivido". De donde concluye que la novela ha muerto, y que la literatura del futuro será el reportaje "veraz, valiente y generoso".

También dirá Kisch que el periodismo debe ser objetivo, error derivado de aquella verdad mayúscula e indiscutida que creía oculta tras los hechos; y que el reportaje debe ser, a un tiempo, una forma de arte y un medio de combate. Pasados los años, sin embargo, de aquella edad de oro del periodismo queda no tanto el ánimo combativo como la solvencia y la pericia literarias. Cómo me enteré de que Redl era un espía, artículo que le otorgó la fama, es una extraordinaria pieza satírica en la que se retrata, no obstante, el inicio de una fenomenal tragedia: aquélla que principia en Sarajevo, con el asesinato del Archiduque Francisco Fernando.

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