De libros

España, carretera y manta

  • Durante dos veranos, Alfonso Armada recorrió en coche los pueblos más humildes y olvidados del país: este libro es la crónica de aquel periplo por un paisaje que es también moral

De periplo por la España de 1922, el norteamericano John Dos Passos, quien tres años después publicaría su Manhattan Transfer, sintió que estaba viajando a través de la patria del anarquismo. Nadie ganaba en individualismo al español. Incluso el paisaje se había contagiado de esa pulsión.

Los ojos de aquel forastero idealista no veían unidad alguna en el terruño, sólo estampaciones, manchas por separado, pero que insinuaban el carácter de la raza y sus sanguíneos arrebatos. Aquí unos higuerones, más allá unas rayas de vides y olivos, ahora un secarral, y ahora sierras agrestes y picachos, y ahora un bosque de pinsapos, y ahora unos oteros machadianos, y ahora la ascética mansedumbre de un campo de labor... El paisaje de España era el reflejo de la anarquía del alma y así lo escribió en Rocinante vuelve al camino.

El pasado no tiene memoria de su pasado: muchos pasajes del libro nos lo recuerdan

Hemos evocado el Rocinante de Dos Passos mientras leíamos este libro de Alfonso Armada. Y lo hemos hecho porque el autor, al volante de su utilitario, se ha adentrado por el paisaje de España con quijotescas maneras: España, carretera y manta. El resultado es el presente periplo, escrito a partir de una ética comprometedora: conocer el país a través de sus carreteras secundarias. Nada de autopistas. Nada de autovías. Sólo vías secundarias o comarcales, delimitadas por mojones de pintura blanca, lejos en lo posible del asfalto oficial.

Parajes, pedanías, lugarejos. He aquí la ruta por una España olvidada, donde los muertos superan a los vivos. A menudo visitamos pueblos y comarcas que se han despoblado bajo el carillón del tiempo. En la línea del nuevo género, el de la crónica viajera y antropológica a lo Sergio del Molino (La España vacía), Alfonso Armada recorre las venas secundarias de un país en el que por entonces -y aún hoy- se mostraban las señales de la mentira, los restos del gran banquete que dejaron a la mitad los codiciosos y los necios de toda laya. El autor recorrió la España de los veranos de 2011 y 2012. El país vivía sumido en su gran crisis y había creado un paisaje de bancarrota tras años de burbuja inmobiliaria.

Al final del libro recorremos el sudeste español y vemos la osamenta ridícula que quedó de aquellos años sumidos en el delirio colectivo. En San Juan de Terreros (Almería) se corrompe a la vista el complejo Golden Sun Beach & Golf Resort. En Alhama de Murcia aún se ven los aviones de pega que alimentaron el insólito capricho de un aeródromo para ricos ociosos: el Campo de Vuelo Residential. Alfonso Armada fue en busca de los tinglados de la codicia a través del gran libro moral de Julia Schulz-Dornburg Ruinas modernas, una topografía del lucro.

Pero no todo es denuncia, tono grave y contrición. Kilómetro a kilómetro conocemos ciertos parajes memorables. Una de las carreteruelas más hermosas es la que discurre por la hoz de Beteta, en Cuenca, junto al Tajo y el discreto río Guadiela. Armada busca a veces las fuentes de los grandes ríos, caso del Ebro, que nace en la cántabra Fontibre, si bien antes hemos conocido el caudal del río de la Guerra Civil a su paso por Miravet, allá por Tarragona (Arcadi Espada demuestra que la mítica fotografía del ejército republicano que cruza el Ebro no está hecha en Miravet como se cree).

"El viajero y el turista (el mismo perro con distinto collar, no nos engañemos)", avisa Armada. Asentimos. Con esta aleccionadora premisa recorremos las comarcas palentinas de Tierra de Campos, Valoria del Alcor, Rayaces, Torremormojón. Pura eufonía para gozar del ascetismo de la patria austera. No todo está perdido por la mucha grosería.

A veces el paisaje se cubre de verdores inusitados. En Asturias, en Pola de Laviana, un lugareño habla con fe en el porvenir: "Los hijos se van y a nosotros sólo nos queda el cajón". Por León atravesamos la comarca de El Bierzo. En Santa Cruz del Sil pervive la agonía de los tinglados mineros. Hace muchos años a Villablino se la conocía como la comarca del dólar gracias a la prosperidad de la minería. El pasado no tiene memoria de su pasado.

Uno de los alicientes que tiene el libro es que el lector va haciendo memoria de los pueblos que se van quedando sin memoria apenas. Contemplamos el vuelo de las avutardas en Pajares de la Lampreana (Zamora) o nos fundimos en la carcasa sin vida de Otero de Sariegos. Otras veces el viajero descubre un antiguo palacete que fue adaptado como sanatorio para tuberculosos y que hoy se mantiene como lugar para aperos de labranza y de ganado. En Palomas (Badajoz) se halla este tesoro de la antropología española.

Por el sur no falta el tránsito poético por el Moguer de Juan Ramón. En Espera (Cádiz) se hace crónica del pueblo que registra el mayor nivel de paro de España. La ruta va acabando. Dejamos atrás el sudeste y las maquetas a la intemperie que ilustran la "arqueología de la codicia". Hacia el Levante hacemos parada en el desconocido Monóvar de Azorín, hasta llegar a la tierra quemadiza de Jérica. Por último, la vuelta a la solana interior por Tomelloso y el regreso al kilómetro cero. Se llama Madrid y otrora fue llamado el gran poblachón manchego.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios