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La mujer que tomó veneno | Crítica

Pasiones envenenadas

  • Satori reúne en 'La mujer que tomó veneno' dos inusuales novelas de Iwano Homei que deslumbran por su exquisito equilibrio entre belleza y sordidez

Una imagen de 'Primavera tardía', de Yasujiro Ozu, gran maestro del naturalismo cinematográfico japonés.

Una imagen de 'Primavera tardía', de Yasujiro Ozu, gran maestro del naturalismo cinematográfico japonés. / D. S.

Iwano Homei (1873-1920) es una figura clave para entender la literatura japonesa de principios del siglo XX. Ahora se traducen por primera vez a nuestra lengua dos de sus novelas cortas, reunidas en un mismo volumen bajo el título La mujer que tomó veneno. Poeta, autor teatral y ensayista, fue sin embargo su obra narrativa la que le proporcionó el ansiado reconocimiento a este autor que los estudiosos inscriben en la corriente naturalista que predominó en la literatura japonesa en las primeras décadas del siglo pasado.

Como a otros autores de su generación, entre los que se encuentran figuras de la talla de Natsume Soseki o Mori Ogai, Homei vivió la abrupta entrada en la modernidad de su país durante la era Meiji (1868-1912), que supuso la occidentalización a marchas forzadas de una nación hasta ese momento cerrada a influencias exteriores. Recibió una educación tradicional de base confuciana, fue cristiano durante unos pocos años, aprendió inglés y se ganó la vida como profesor de esta lengua mientras no pudo hacerlo con la literatura.

Pero, sobre todo, sufrió la contradicción de vivir en un mundo para el que no había sido preparado y sintió el desasosiego de tener que a adaptarse a una realidad que difería esencialmente de los parámetros que hasta entonces había sustentado la vida de la sociedad japonesa en la que había nacido.

Como explica Carlos Rubio en la excelente introducción de este libro, Homei y sus compañeros de generación "experimentaron con especial agudeza el desgarro doloroso entre tradición y modernidad" y se enfrentaron a "la búsqueda de una identidad espiritual y cultural, pues la propia estaba siendo puesta en entredicho por la occidentemanía que barría el país".

Este ambiente de inestabilidad emocional, de búsqueda de la propia identidad y de la libertad individual dentro de un mundo que cambiaba a pasos agigantados se asoma en las dos novelas de corte naturalista editadas por Satori, aunque, como nos advierte Rubio, "naturalista a la japonesa", que "se puede asemejar al naturalismo francés como un coche a una bicicleta".

Las dos narraciones incluidas en La mujer que tomó veneno forman parte de una serie de cinco novelas cortas que comparten los mismos protagonistas: el libertino e inestable Yoshio Tamura y la prostituta-concubina Otori. La primera de ellas, Disipaciones (1909), que inaugura este ciclo, supuso el reconocimiento definitivo de Homei como escritor. La segunda, que da nombre a todo el volumen, es la cuarta entrega publicada en 1914 y es también la más compleja y apreciada.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

En ambas novelas nos asomamos a un escenario de relaciones personales inestables y tremendamente tensionado. El escritor Yoshio Tamura y su amante viven una relación desbocada en la que la ternura y la crueldad se superponen. Arrojados al abismo de sus propias pasiones, los amantes parecen unidos, sobre todo, por la desventura que les supone su atracción mutua. Un tercer personaje, la esposa de nuestro protagonista, viene a cerrar un círculo autodestructivo que, sobre todo en la segunda novela, amplía sus ondas hacia una serie de secundarios que parecen movidos por parecidos resortes.

El autor nos presenta a unos personajes mezquinos, obsesivamente preocupados por el dinero, incapaces de reconocer los sentimientos ajenos, incapaces también de reconocer claramente los propios. Esta parálisis emocional que define el carácter de Tamura, el displicente "antihéroe", como lo califica Carlos Rubio, trágicamente atraído por la suavidad de la piel de una prostituta sifilítica que huele mal.

Tienen estas dos novelas un destacado valor como testimonio del sentir de una época y también un extraordinario poder para destacar la situación de la mujer en una sociedad que las relegaba al invisible papel de "incubadoras" de futuros soldados: sin derechos, sin reconocimiento; concubinas, prostitutas o esposas, nunca valoradas, sin acceso a la educación y relegadas a la invisibilidad.

Homei pone de manifiesto esta situación y reivindica la necesidad de que la mujer tome las riendas de su propia vida. Entiende que sin ellas el desarrollo de Japón será siempre incompleto y así lo concreta en algunos pasajes de la segunda narración, La mujer que tomó veneno. Pese a esto, Tamura es un japonés chapado a la antigua, capaz de empeñar los kimonos de su mujer para poder rescatar a su amante de la posada donde se prostituye, o las mejores prendas de su concubina para poder afrontar sus urgentes necesidades económicas.

Al lector occidental le sorprenderán la estructura difusa y el final abierto de estos relatos de marcado carácter autobiográfico en los que se adivina la mano firme de un escritor que ha sido capaz de alcanzar un camino expresivo decisivo dentro de la literatura japonesa. Pero, sobre todo, quedará deslumbrado por el exquisito equilibrio entre belleza y sordidez que alcanzan estas dos inusuales novelas.

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