Este Perros que duermen, última obra de Juan Madrid, si bien se inscribe con naturalidad en el género negro, también cabe adscribirla al género de la novela histórica, dado que en ella se recogen numerosos episodios de la Guerra Civil, narrados con notable eficacia. Una eficacia que concierne, no sólo al desarrollo bélico de los combates, sino a la propia organización y a la intendencia de ambos ejércitos, que no siempre es posible deducir, por motivos obvios, de los libros de Historia.

Aún así, Perros que duermen no es una novela que se desarrolla, que "ocurre" sobre el fondo de la Guerra Civil, y que evoluciona de manera autónoma. Lejos de esta literatura de paisajes, la intención de Juan Madrid es justamente la contraria. Vale decir, la intención de Perros que duermen es la de enhebrar el curso de la guerra, las sucesivas violencias que la componen, y que se dilatarían mucho más allá del año 39, con la biografía de sus protagonistas. De un modo apresurado, y en consecuencia injusto, podríamos decir que esta novela se urde en torno a un crimen en el Burgos del año 38, y que afecta directamente al Caudillo. Sobre este crimen (una ficción que permite a Madrid disponer sus datos literariamente), se establecen los diferentes ámbitos en que se despliega la obra: la peripecia bélica de aquella hora; la fractura social, el horror inconcebible que trajo consigo; y los sutiles hilos que, aún hoy, nos unen con la España de entonces.

Como novela histórica, Perros que duermen mezcla los personajes reales con caracteres de ficción, en una España atroz y verosímil. Como novela negra, el crimen que se investiga en ella no hace sino sumarse al terror cotidiano que se abatió sobre la población civil. Como literatura a secas, Perros que duermen es un recorrido pesimista sobre el XX español, que no excluye una mirada escéptica y sombría sobre la Transición. Dicho lo cual, Perros que duermen es también una novela sobre el heroísmo, sobre la abnegación, sobre el amor, sobre la misteriosa urdimbre de la Historia.