De libros

Pasión de muerte

  • Coincidiendo con el bicentenario de su suicidio, Acantilado publica los 'Relatos completos' de Von Kleist.

Relatos completos. Heinrich von Kleist. Trad. Roberto Bravo de la Varga. Acantilado. Barcelona, 2011. 344 páginas. 25 euros.

"Las tres épicas figuras de Hölderlin, Kleist y Nietzsche tienen extrañas afinidades en los destinos de su existencia. Los tres, arrancados de su propio ser por una fuerza poderosísima y en cierto modo ultramundana, son arrojados a un calamitoso torbellino de pasión. Los tres terminan prematuramente su vida, con el espíritu destrozado y un mortal envenenamiento en los sentidos. Los tres terminan en la locura o en el suicidio". Son palabras de Stefan Zweig, que hermanó a estos tres gigantes de la cultura alemana en una de las obras que conforman su Tipología del espíritu, reveladoramente titulada La lucha contra el demonio (Acantilado, 1999). No hay verdadero arte, aclara el escritor vienés, que no sea demoniaco, esto es, que no proceda de una instancia que se encuentra más allá del ámbito terrenal, de acuerdo con una cosmovisión inequívocamente romántica -pero también anclada en el mundo clásico: la inspiración llega de afuera- que no le resulta ajena a ninguno de los formidables integrantes de la trilogía. Frente a Goethe, dice Zweig, los tres aspiraron no a la perfección, que es un terreno delimitado, sino a la inmensidad, que es infinita.

Para el lector en castellano, tal vez sea Heinrich Wilhelm von Kleist el menos conocido de los tres "esclavos del demonio", a pesar del alto lugar que ocupa en la literatura alemana de la época romántica y en la de todas las épocas. Nacido en la década prodigiosa del Sturm und Drang, cuando cientos de jóvenes se quitaban la vida siguiendo el dudoso ejemplo del desdichado Werther, Kleist pertenecía a una familia de la vieja casta militar prusiana e hizo la guerra contra las tropas napoleónicas, aunque luego dejaría el ejército. Tenía cara de niño y vivió pocos años, atormentado por la búsqueda de lo Absoluto. Estudió Derecho y Filosofía, viajó por Europa y colaboró en periódicos y revistas, pero ni sus dramas lograron el éxito ni su carrera literaria mereció la atención de sus contemporáneos. Es fama que se suicidó, junto a su amiga Adolfine Henriette Vogel, a orillas del lago Wannsee. Ella estaba gravemente enferma y Kleist, abandonado por todos, acababa de presenciar el fracaso de su última tragedia, El príncipe de Homburg (1811), pero las razones últimas de la decisión -aunque no cabe ninguna duda sobre su "pasión de muerte"- siguen siendo un misterio. Para Zweig, esa muerte formaba parte indisoluble de su destino: "Sin su caída no se ve la forma completa de su existencia, así como no hay parábola sin la caída brusca de la línea".

Disponíamos en castellano de ediciones recientes de las narraciones de Kleist -Michael Kohlhaas, que muchos leímos en los Cuadernos de Bitácora de Destino, ha sido reeditada por Nórdica (2006) y Alba (2007), y existen buenas versiones de El terremoto de Chile (Atalanta, 2008) o Santa Cecilia o el poder de la música (Alpha Decay, 2009)- y de recopilaciones como La marquesa de O y otros cuentos, preparada por Carmen Bravo Villasante para Alianza (primera edición de 1969), el volumen homónimo traducido por José Rafael Fernández Arias para Valdemar (2007) o las Narraciones publicadas por Cátedra (1999) en edición de Ana López y traducción de Yolanda Mateos. Todas las colecciones comparten índice, porque el también dramaturgo y poeta -además de ensayista, véase Sobre el teatro de marionetas y otros ensayos de arte y filosofía (Hiperión, 1988)- no escribió más que dos novelas cortas y seis relatos, pero la impecable edición de Acantilado -que incluye, como la de Valdemar, Michael Kohlhaas- se ofrece en una nueva versión de Roberto Bravo de la Varga que ve la luz el año en que se celebra el segundo centenario de la muerte del autor.

"Ninguno de los tres tiene mujer ni hijos (…) hogar ni propiedades, ninguno tiene una profesión fija o un empleo duradero. Son nómadas por naturaleza, eternos vagabundos, externos a todo, extraños, menospreciados, y su existencia es completamente anónima", proseguía Zweig en el ensayo arriba mencionado. En efecto, Kleist no fue reconocido en vida y hubo de esperar largo tiempo, hasta el siglo XX en que su obra fue reivindicada por los expresionistas -aunque ya en el XIX fue invocado como uno de los precursores del nacionalismo alemán-, para que su nombre fuera incluido en la más selecta nómina del Romanticismo del que hoy es considerado uno de sus representantes incuestionables. Sus relatos contienen escenas violentas y una veta demoniaca que resulta especialmente inquietante al estar enmarcada en una visión sombría y nada consoladora del mundo, que para Kleist no es más que un confuso desastre ingobernable. Pero a pesar de sus "hipertrofias sentimentales", como las llama Zweig, el autor de El duelo es un narrador de genio y sus relatos han resistido el paso del tiempo mucho mejor que los de la mayoría de sus contemporáneos. El perseguido, el inescrutable, el peregrino sin rumbo, el hombre permanentemente asomado al abismo... Todo en la personalidad de Kleist es enigmático. Su obra, sin embargo, ardiente y desmesurada en los dramas, sobria y contenida en los relatos, nos habla de un gran artista al que la literatura ha redimido para siempre.

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