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Tierra negra con alas | Crítica

Primera luz de América

  • La Fundación José Manuel Lara publica Tierra negra con alas, ambiciosa y cumplida antología de la poesía vanguardista latinomericana, obra de los escritores Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla

Juan Bonilla y Juan Manuel Bonet en una cafetería de Madrid. Ricardo Martín

Juan Bonilla y Juan Manuel Bonet en una cafetería de Madrid. Ricardo Martín

Es conocida la perplejidad con la que Carpentier, Uslar Pietri y Miguel Ángel Asturias, en el París de entreguerras, descubren su conciencia americana, así como aquella anécdota, extraída de la correspondencia de Hernán Cortés y el César Carlos, que Carpentier usaría como definición y ejemplo de “lo real maravilloso”: la incapacidad del idioma de la metrópoli para datar la vasta realidad de la Nueva España. Este es uno de los impulsos que moverán, una década antes, a los jóvenes creadores de la América ibérica, con una fuerte propina de orgullo patrio, acorde la belicosa marcha del mundo. Los otros motores de tal agitación, una agitación que ya se había ensayado, a escala continental, con el modernismo rubendariano, serán una nueva iconografía, una nueva temática que coloniza y penetra las distintas artes, así como su formulación cinética, vale decir, mueble y cinematográfica, que ya era dado observar, por ejemplo, en el Valle-Inclán de La media noche, pero que alcanzaría otras cotas y otras aspiraciones en muy breve plazo y en la totalidad del orbe, asunto éste -el cosmopolitismo- de carácter esencial en la agitación vanguardista de las primeras décadas del XX.

La excelencia de esta antología viene garantizada tanto por la probidad y la solvencia de sus autores, como por la bibliografía en la que descansan sus expurgos y predilecciones

Recoger toda esa ancha modulación vanguardista, en su extensión y en su detalle, es el empeño, coronado por el éxito, que el lector puede hoy disfrutar y apreciar en Tierra negra con alas. Un empeño que tiene su exégesis o su articulación teórica en el prólogo de Juan Bonilla, La caravana americana, y que encuentra su exposición en la amplía antología que lo acompaña, así como en las notas, minuciosas y exactas, de grata y formidable erudición, con que Juan Manuel Bonet encabeza y resume a cada uno los autores seleccionados. Naturalmente, una antología, por el mero hecho de serlo, implica ya la criba de una materia mayor y acaso inabarcable en beneficio de la significación histórica y el talento artístico; todo lo cual queda garantizado tanto por la probidad y la solvencia de ambos autores, inclinados desde antiguo al conocimiento de las vanguardias históricas, como por la abundante bibliografía en la que descansan sus expurgos y predilecciones. Y es precisamente este doble relieve, el relieve histórico del precusor y los diversas obras donde dicha novedad toma cuerpo, el que otorga a Tierra negra con alas su condición de obra sólida y perdurable. No se trata, por tanto, de una selección que eluda o simplifique la naturaleza misma de lo seleccionado. Nada más lejos. El acierto de Bonet y Bonilla es aquél que muestra al lector el asendereado camino que va de la pugnacidad de Marinetti, de la poesía de Apollinaire (o si lo prefieren, de la pintura de Valloton y Lempika, de todo ese mundo deslumbrante y metálico, “deshumanizado” lo llamará Ortega, que luego se vería en El acorazado Potemkin de Eisenstein y antes había adquirido un carácter amenazador y trivial en la Eva futura de Villiers...), el acierto, repito, de ambos autores es éste de explorar el modo en que las vanguardias europeas viajan al otro lado del Atlántico, digeridas y somatizadas para alumbrar una realidad otra, que venía del modernismo de Rubén (“peregrinó mi corazón, y trajo de la sagrada selva la armonía”), pero que ahora, con idéntico afán ecuménico, dicen ya la nueva música del nuevo siglo, en fórmulas que repudian la sentimentalidad y el viejo carácter melódico, mimético, arborescente, del fatigado timbre parnasiano.

Es así como se afirman, en estrecha y vertiginosa pugna con lo antiguo, las obras de Borges, de Girondo, de Barrenechea, de Alberto Hidalgo, de Huidobro, de Carpentier, de Neruda, de Vallejo, de los Andrade brasileños, donde la nueva inquietud adoptó el nombre de “modernismo”; es así como se afirma una intensa conciencia de americanía, que no excluye, sino que aguza, la conciencia nacional de cada uno de los países que la forman y que daría, en breve, tanto una mitología como una antropología propias, luego sustanciadas en la narrativa de Pietri, de Rulfo y de muchísimos otros. Es así, en suma, como el viejo porvenirismo del siglo XX y su atropellado y letal semblante mecánico, obrarían este milagro de revelar la voz poética de América, en su plural decantación y en su profunda tónica continental, tal y como aquí espigan, en espléndida y razonada colecta, en ambiciosa y memorable antología, Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla.

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