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El libro de la semana

Rastros de una pasión antigua

  • Una recopilación de los dibujos de Franz Kafka, editada por Sexto Piso, presenta su faceta menos conocida

Dibujos. Kranz Kafka. Ed. Niels Bokhove y Marijke van Dorst. Trad. Fruela Fernández. Sexto Piso. Madrid, 2011. 144 páginas, 19,90 euros.

Es fama que gran parte de la obra de Kafka se salvó del fuego, contra la voluntad expresamente manifestada por el autor, gracias a la generosa desobediencia de su albacea Max Brod, pero es menos sabido que entre los papeles póstumos del escritor checo figuraba también una colección de dibujos que ha quedado lógicamente oscurecida por su obra literaria. Brod defendió siempre la calidad de esos dibujos y consta que planeaba recopilarlos, pero no llegó a materializar su proyecto de edición del llamado cartapacio Kafka", una suerte de catálogo póstumo que había de recoger en un volumen la obra gráfica de su amigo. Impecablemente editado por Niels Bokhove y Marijke van Dorst, este hermoso libro, publicado en España por Sexto Piso, convierte en realidad aquel viejo deseo de Brod, cuya devoción sin límites por la obra de Kafka constituye uno de los máximos ejemplos de lealtad -pero también de clarividencia- que registra la historia de la literatura.

Insertos en los textos de los manuscritos -cuadernos, cartas, diarios- o dibujados en los márgenes de los apuntes de clase por los tiempos en que cursaba la carrera de Derecho, algunos de los dibujos de Kafka -como el célebre autorretrato que muestra sólo la cabeza- han aparecido reproducidos en distintas ediciones de sus obras, pero nunca habían sido ordenados y catalogados de modo exhaustivo. Los editores ofrecen, así pues, la recopilación más completa hasta la fecha, aunque por las referencias de Brod y de otros autores se sabe que los 41 originales recogidos en este volumen -que da noticia de otros nueve- no abarcan toda la obra gráfica de Kafka. En efecto, los investigadores tienen motivos para creer que entre los documentos conservados por un banco suizo, cuya custodia se disputan el Estado de Israel y las hijas y herederas de la asistenta de Brod -Esther Hoffe, que no hizo caso del deseo de este de donarlos a la futura Biblioteca Nacional de Jerusalén-, deben de figurar ilustraciones inéditas que no es previsible que vayan a ver la luz en el futuro inmediato.

La serie más conocida es la que Brod describió como "marionetas negras de hilos invisibles", que han ilustrado numerosas cubiertas de los libros de Kafka en cualquier lengua. Los estudiosos coinciden en señalar que los dibujos -Hombre entre rejas, Hombre con la cabeza sobre la mesa o Esgrima, que ilustra la portada de este catálogo- son variaciones sobre la inicial de su apellido, que obsesionaba a Kafka y aparece, como se sabe, en dos de sus grandes novelas. Junto a ellos hay otras siluetas más difuminadas, de apenas unos trazos, bosquejos que parecen hechos a toda prisa, apuntes del natural o un inquietante Hombre huraño de traje negro. La datación de las obras es incierta, del mismo modo que su técnica, lápiz o pluma de tinta. La edición, muy cuidada, reproduce los textos que figuraban junto a los dibujos o añade pasajes escogidos que pueden dialogar con ellos, en páginas enfrentadas y compuestas con exquisito buen gusto, al modo de los caprichos tipográficos vanguardistas.

En sus imprescindibles Conversaciones con Kafka, Gustav Janouch reproduce algunas de las opiniones que el autor albergaba a propósito de su obra gráfica: "(…) no son dibujos para mostrar a nadie. Tan sólo son jeroglíficos muy personales y, por tanto, ilegibles". No los tenía, se deduce de sus palabras, en demasiada estima, aunque cabe recordar que tampoco se mostraba -o eso decía- especialmente satisfecho de sus libros. Más adelante, sin embargo, concede: "Los dibujos son rastros de una pasión antigua, anclada muy hondo". O bien, en una definición que ha hecho fortuna: "Intento cercar lo visto de una manera totalmente propia. Mis dibujos no son imágenes, sino una escritura privada". En otro lugar habla de "magia primitiva", pero también se refiere a algunos de ellos como "pintarrajos".

Los dibujos pueden ponerse en relación, a juicio de los especialistas, con algunas de las corrientes estéticas coetáneas, el Jugendstil, el expresionismo o la vanguardia futurista. Kafka siempre estuvo interesado por las artes plásticas y de hecho, según nos cuentan los editores, durante la primera década del siglo mantuvo contacto regular con los pintores del grupo Osma (Ocho), una avanzadilla francófila que introdujo en Praga el gusto por los modernos. Con el tiempo, sin embargo, y aunque nunca dejó de dibujar, el autor checo dejaría de lado sus aspiraciones artísticas para centrarse en la literatura, cabe apuntar que felizmente. Sin ánimo de llevar la contraria a los expertos y pese al juicio siempre entusiasta de Max Brod, no parece que los dibujos de Kafka, ciertamente singulares, sean demasiado excepcionales, no al menos en la misma medida que sus formidables narraciones. Es verdad que de algún modo reflejan su personalidad inquieta, experimental y tortuosa, pero su valor -y la emoción que sentimos al contemplarlos- no sería el mismo si no supiéramos que se deben a la mano del escritor que cambió para siempre nuestra visión del mundo.

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