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De libros

Tentación de la carne

  • Donna Leon regresa con un nuevo caso criminal en su Venecia cotidiana y secreta.

La palabra se hizo carne. Donna Leon. Trad. Beatriz Iglesias Lamas. Seix Barral. Barcelona, 2012. 335 págs. 18,50 euros

Beastly things, la última aventura del comisario Brunetti, traducida en España como La palabra se hizo carne, comienza con un cadáver desfigurado flotando sobre las aguas de un canal veneciano y termina con una suerte de epifanía franciscana. Entre medias, como es norma en la obra de Donna Leon, el retrato de una Venecia corrupta, valetudinaria, estragada por el turismo. Es curioso, no obstante, que de los innumerables escritores que dedicaron su atención a Venecia (Casanova, Rousseau, Byron, Chateaubriand, Henry James, Ruskin, Ezra Pound, Morand, Brodsky, Szentkuthy...), sea en las novelas de Leon donde la ciudad aparece en su anodina cotidianidad, en su flujo incesante de vaporettos, ya sin el carácter anómalo, sin el misterio decadente, crepuscular, Venecia como cifra ruinosa de otras edades, que el XIX quiso ver en la Perla del Adriático.

Hace unos años, Umberto Eco proponía crear una copia de Venecia, a la manera de un parque temático, para salvar a la ciudad de su probable hundimiento. A favor de esta propuesta, Eco aducía que un parque temático sería más visitado que el original por los turistas ávidos de novedades. De esta forma, indudablemente posmoderna, Venecia se vería salvada de la horda vacacional gracias, no a la propia Venecia, masificada e impracticable, sino a la imagen de Venecia que el Romanticismo difundió por el mundo. En cierto modo, los personajes venecianos de Donna Leon, expresan este hartazgo por el comercio turístico y la avaricia de quienes se lucran con ello. No es esa avaricia, sin embargo, la que propicia el crimen recogido en La palabra se hizo carne. Sin desvelar nada relevante, digamos que se trata de la vieja propensión industrial a la maximización de beneficios en el sector de la alimentación. Siguiendo el viejo modelo de Chandler, expresado en El simple arte de escribir, en la obra de Leon el crimen y su resolución deben venir, y de hecho vienen, no de las dotes singulares del investigador,  monstruosamente acusadas en Holmes y Poirot, sino del simple trabajo de información, del paciente acopio de datos y testimonios, cuyo análisis encamina, casi con toda probabilidad, a la detención del culpable. Ésa es la diferencia esencial, una diferencia intelectual, pero también de escenarios y necesidades, entre el father Brown de Chesterton y el Sam Spade de Dashiel Hammett.  Ése es el mérito del comisario Guido Brunetti, como también lo es, sin salirnos de Italia (la persistencia, la astucia, la integridad moral), del comisario Montalbano de Andrea Camilleri o el Duca Lamberti de Scerbanenco.

Esto requiere, necesariamente, que lector y protagonista vayan conociendo, a un tiempo, los datos de la investigación. No se trata, pues, como en el viejo cuento policial, de descifrar un crimen en apariencia irresoluble, cuyos términos desconocemos en su totalidad; y tampoco de hallar una solución sorprendente, sólo accesible a la inteligencia del investigador. Más modestamente, la literatura negra se sirve del asesinato para dar un retrato político y social, o si se prefiere, una radiografía especulativa sobre el poder y su sombra. Ahora bien, en dicha literatura, los datos deben estar expuestos de manera que el lector, aun conociéndolos, sea incapaz de construir por sí mismo el puzle que se ofrece a sus ojos. Ésa es la pericia y el talento del escritor policial. Ése es, sin duda, el talento de Donna Leon. Hay que decir, sin embargo, que en La palabra se hizo carne, dicho principio literario (datos significativos, pero nunca obvios), se ve perjudicado por un excesivo énfasis, subrayado inoportunamente, en la temática de la novela. Apenas comenzada, el lector ya sospecha, por determinados diálogos, cuál será el curso y la naturaleza de sus investigaciones. Este error se salva o se compensa por la Venecia doméstica, cotidiana, secreta, que presenta Leon, siempre interesante; y por la verosimilitud humana de Brunetti. También por la feliz inclusión de la gastronomía en su obra, heredada de Vázquez Montalbán y su extraordinario Carvalho. Aun así, La palabra se hizo carne no permite al lector el asombro y la duda, la múltiple sospecha, que se espera en este tipo de obras. Sin la necesaria ambigüedad moral, propia al género negro; sin el equívoco acicate de la debilidad humana, repartido equitativamente entre sus protagonistas, este Beastly things de Donna Leon se acerca inadvertidamente a la limpia arquitectura de la fábula.

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