De libros

Variaciones sobre Huxley

  • 'Una edad difícil'. Anna Starobinets. Nevsky Prospects. Madrid, 2012. 256 páginas. 19 euros.

Cuando Mauricio Maeterlinck escribe La vida de las hormigas (1937), quizá esté recogiendo, sin saberlo, el escalofrío marcial que atraviesa el XX. De igual modo, con La vida de las abejas, Maeterlinck prefigura o intuye la arquitectura posterior de las vanguardias y el infinito acolmenamiento urbano. Ese interés por la disciplina, por la inteligencia comunal de los insectos, es el mismo que urde el primer relato de Una edad difícil, donde la obra silenciosa de las hormigas se sobrepone, como una plaga, a la desgraciada infancia de unos hermanos. No es éste, en cualquier caso, el mejor cuento de este volumen. En todos ellos, sin embargo, lo fantástico se muestra como una variación, como una inesperada ulceración del orden.

Con esto quiero decir que quienes comparan a Starobinets con Stephen King equivocan el linaje de la joven escritora rusa. King viene de Lovecraft; y Lovecraft postula un caos antediluviano, un terror arqueológico, una amenaza colosal e informe, contra la que el hombre se muestra minúsculo e irrisorio. Ese mismo espanto, carente de rostro, es el que Machen imaginará en El terror, publicado en 1917. Starobinets, por contra, ha compuesto sus fantasías con variaciones sobre Huxley, Borges, Philip K. Dick y el imaginario cinematográfico de posguerra. Así, Una edad difícil, ya mencionado, remite a La invasión de los ladrones de cuerpos tanto como al Frankenstein de Mary Shelley; Vivos se presenta como una revisión apocalíptica del ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de K. Dick; La familia es una especulación con el problema del doble, muy presente en la literatura desde Hoffmann a Borges, y agravado por la posibilidad de un mundo paralelo; La agencia y La grieta, al igual que Las reglas, son diversas permutaciones de una pesadilla kafkiana; La eternidad de Yasha aborda una actualización, vagamente científica, del mito del Judío Errante. En Espero, por fin, es la locura de Poe, de su Berenice, quien quizá dicte estas páginas. En todos estos relatos subyace una jerarquía intrusiva, un orden otro, y no la simple remoción de lo real, desprovisto de su frágil arquitectura. También cabría interpretar Una edad difícil, su metódica confabulación de las hormigas, como una revisión de Un mundo feliz de Huxley; esto es, como una suerte de utopía a escala microscópica. No obstante, esta utopía sugiere el problema de lo monstruoso, de lo híbrido, del cuerpo extraño en carne propia; asunto que Ira Levin resumió ejemplarmente, acudiendo a la mitología judeo-cristiana, en La semilla del diablo.

No hay aquí, salvo en La eternidad de Yasha, rastro alguno de los viejos mitos de la cuenca mediterránea. El Judío Errante que se embosca en dicho relato también puede considerarse una prolongación mecánica, inopinada, de la existencia. Tampoco hay en el volumen de Starobinets una referencia expresa a un futuro remoto, sideral, de carácter tecnológico, a la manera de Lem o de Ray Bradbury. Digamos que el imaginario de Una edad difícil es aquel que especula, desde Wells o Le Fanu, desde las atropelladas desventuras selenitas del Baron de Muchausen, con la posibilidad de una amenaza exógena. Una amenaza que puede manifestarse como horda minúscula y voraz, o como fenómeno abisal, crecido parasitariamente en en nuestra conciencia. La Guerra Fría acusó el número de estas fantasías, donde la salvación y el exterminio, la razón y una lógica deforme, paranoide, se confunden. Alfred Hitchcock llevó a su cima este terror abstracto, de naturaleza objetiva. Anna Starobinets es deudora feliz de todos ellos. En la economía interna de sus terrores, es la promesa de un orden, la sombra de una arquitectura infausta, lo que nos inquieta.

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